Antaño, el ejercicio del periodismo deportivo exigía una alta dosis de cultura general y de especialidad en una o varias ramas del deporte. Hoy, el posmodernismo ha borrado el requisito de la intelectualidad para ejercer la delicada tarea de la comunicación social. Basta un teléfono ‘inteligente’, un léxico limitado a varias expresiones relacionadas con la estrategia y la táctica en un campo de fútbol, un discurso contra la lectura y la ilustración y una campaña para desacreditar el valor de la historia.