De repente ha estallado en Guayaquil una fiebre analítica y crítica sobre la situación provocada en Quito por la decisión de revertir la donación del estadio Atahualpa hecha por el Municipio de Quito. Horas de micrófono y pantalla se han dedicado a examinar los argumentos de las partes y se han pronunciado miles de frases, justificatorias o condenatorias, como si ese fuera el tema vital, crucial, en el deporte ecuatoriano.
La situación del difunto deporte porteño, la inutilidad de la Federación Deportiva del Guayas que no promueve ningún deporte; el dispendio de millones de dólares en la más absoluta nada; la acefalía de las asociaciones provinciales por deporte, la manía constructiva de instalaciones inservibles, y una denuncia que se tramita en fiscalía no merecen en nuestro periodismo la más leve importancia. Todo esto que concierne a la desaparición del deporte guayaquileño es dejado de lado para enfocar la atención total a la disputa entre el Municipio quiteño y los dirigentes de Concentración.
Es inevitable comparar el viejo periodismo del deporte y el de hace poco tiempo, frontal, combativo, batallador, con el de hoy en el que tres o cuatro colegas ejercen la crítica independiente en un medio en que predomina el vasallaje y la ignorancia.
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¿Cuántos reclamaron cuando se obligó a Emelec a jugar la final de un campeonato nacional en una cancha convertida en una piscina en la que el balón no rodaba más de 10 centímetros? ¿Quiénes alzaron la voz ante la postergación de jugadores de equipos costeños para favorecer a los de un club que ha disfrutado de la predilección de directores técnicos manipulables?
Yo sé quienes fueron los que mantuvieron la decencia y los que se inclinaron reverentes, y los lectores de esta columna también lo saben.
Hemos perdido la rebeldía que fue símbolo del guayaquileñismo. Aceptamos los atentados contra nuestra integridad cívica como si estuviéramos signados por un fatalismo del que no podemos sacudirnos, como sí lo hacían nuestros antecesores. Hoy son muy pocos los que recuerdan el viejo coliseo Huancavilca levantado en los terrenos donde estuvo el primer hipódromo de Guayaquil.
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Desde su inauguración en 1934 cumplió dos funciones trascendentales: la de semillero de varios deportes en el barrio del Astillero y la de escenario de espectáculos históricos. Allí Oriente y Vanguardia derrotaron en ese año al poderoso Flecha, de Lima, en las primeras victorias internacionales de nuestro baloncesto. En el Huancavilca se proclamaron campeones latinoamericanos de boxeo César Salazar y Publio Rodríguez. También surgieron a la fama José Rosero, campeón mosca por trece años, y Gallo Giro Hungría, vencedor del campeón italiano Tito Ragone en una pelea memorable. En la cancha de cemento y tableros de madera floreció la maravillosa generación de basquetbolistas encabezada por Pablo Sandiford y a la que pertenecieron Cuto Morán, Alfonso Quiñónez, Fortunato Muñoz, Alfredo Arroyave, Víctor Andrade, Gabriel Peña, Cuchivive Castillo y tantos otros que congregaban multitudes. Un día Dinader decidió que había que demoler el viejo coliseo, pero en lugar de construir uno nuevo, resolvieron levantar un edificio “de uso múltiple” y así desapareció el Huancavilca que era semillero y vitrina de grandes sucesos. Hoy lo que existe es un edificio abandonado y mugriento.
Otro día apareció por el puerto un moderno Atila obsesionado por dinamitar el estadio Ramón Unamuno, el gimnasio César Salazar y el coliseo Abel Jiménez para hacer un parque. La dueña de los escenarios, la Federación Deportiva del Guayas, cedió a la pretensión destructora y las instalaciones deportivas desaparecieron. Hoy el llamado parque es un erial que por las noches sirve para cosas distintas a la recreación y el solaz ciudadano.
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Las máquinas demoledoras aparecieron un día por Malecón y Loja. ¿El propósito?: acabar con la piscina del Malecón, un monumento histórico construido en 1929 como obsequio de la compañía estadounidense White que realizaba los trabajos de saneamiento de Guayaquil. En esa piscina nacieron al deporte Jojó Barreiro, Alberto Cholo Stagg, Fidel Pircio Miranda, Electra Ballén, Leonardo Mármol, Pascualino Santelli, y fue la cuna de Carlos Luis y Abel Gilbert, Luis la Lancha Alcívar y Ricardo Planas, los inmortales Cuatro Mosqueteros del Guayas que dieron a Ecuador el primer título deportivo de la historia en la llamada Hazaña de Lima. Sobre las ruinas de ese símbolo glorioso se levantó una estación de la Aerovía que hoy no funciona.
El peor de los crímenes contra el deporte guayaquileño lo cometieron los ministerios del Deporte y el de Cultura con total impunidad. Ningún gobierno, ni la Contraloría, ni la Fiscalía General del Estado se han interesado en investigar quiénes tienen responsabilidad administrativa, civil y penal en la destrucción por negligencia y abandono de las piscinas del Centro Cívico. El Diario EL UNIVERSO, este columnista, dirigentes deportivos y aficionados al deporte tenemos doce años reclamando no solo la investigación de este clamoroso caso de irresponsabilidad, sino la rehabilitación del que fue un bello escenario deportivo.
El complejo deportivo del Centro Cívico fue construido por el Banco Central y entregado al deporte el 9 de julio de 1982 para ser utilizado como escenario del Campeonato Mundial de Natación. Se trataba de una bella instalación con una pileta de 50 metros y otra de 25 metros, graderías para dos mil personas, camerinos, oficinas, carrileras importadas y otras comodidades. Para el Mundial hubo en ella una fiesta maravillosa. Se realizó por primera vez la competencia de polo acuático femenino con tribunas llenas. Luego del Mundial el club Bancentral tomó la administración. Su mantenimiento y la formación de los nadadores fue confiada a Roberto Frydson y su tarea fue ejemplar. Anualmente se realizaba el torneo Ciudad de Guayaquil con participación de nadadores colombianos, venezolanos, peruanos y chilenos.
El club Bancentral entró en receso y la piscina fue entregada en comodato al C.S. Emelec. Roberto Frydson continuó como administrador y entrenador y estuvo allí diez años con gran suceso, pues se mantuvo el torneo Ciudad de Guayaquil y de sus dos piletas siguieron surgiendo grandes valores para nuestra natación. Pero el espíritu de destrucción de lo que funciona en nuestro país ya maquinaba convertir las piscinas en un muladar. El Banco Central despojó a Emelec del comodato y entregó el escenario, tan elegante, costoso y productivo, al Ministerio de Cultura que no ha podido con su función específica, peor iba a hacerlo con el mantenimiento de dos piscinas y la formación de nadadores. Cuando la destrucción iba ganando cuerpo, las piscinas pasaron al Ministerio del Deporte. Y fue peor.
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Una ministra (o secretaria del Deporte que andaba buscando 4.000 millones de dólares para realizar el Mundial de Fútbol de 2030 y declaraba que los fondos estaban listos, fue cuestionada por nuestro Diario por el estado de las piscinas y respondió que el ministerio no tenía recursos para eso. Un bien del Estado echado a la basura y ningún responsable.
¿No sería mejor que nuestros periodistas investigaran lo que pasó en el Centro Cívico en lugar de perder el sueño con lo que pasa en Quito con el estadio Atahualpa? (O)