“Nadie dice vamos a ver correr al fútbol; se dice vamos a ver jugar al fútbol”. La frase, que extravió a su autor, es muy ingeniosa. Y cierta. Procede de un amante del preciosismo y la bola al ras, enemigo del frenético ritmo físico actual. Como la de Valdano, ese gran acuñador de sentencias: “Al fútbol se aprende a jugarlo en una cancha, no en un gimnasio”. Siempre tan agudo, Jorge. Ahora bien, si uno enfrenta al Liverpool (o al Bayern Munich), ¿cómo compite sin correr…? Puede que lo aplasten como en el 8-2 del Bayern al Barcelona. O como en el 4-0 del Liverpool al mismo pobre Barça. “Me gusta otro fútbol, más pausado, de tenencia de pelota”, escuchamos. Y, sí, a todos nos gusta. Pero no hay multas por exceso de velocidad en este juego. Y una vez que llega una tendencia hay que subirse a ella o morir pisoteado por el pelotón. ¿O volvemos por decreto al año ’60 y que corran despacito…? El Liverpool de Klopp propone un vértigo infernal unido a una presión asfixiante. Y además sabe tocar la pelota a uno, máximo dos toques; nadie retiene la bola, es todo circulación, aperturas, creación de espacios, movimiento continuo para dar opciones de pase. Ahora, con Thiago, ha ganado incluso en precisión. Sacó un soldado raso (Wijnaldum) y puso un oficial a distribuir. De modo que, más allá de gustos o estilos, frente a un grupo de legionarios como estos de Klopp, hay que correr, luchar, morder, trabar y luego jugar los 95 ó 97 minutos que dura un partido.