El hombre que consiguió, sin ser político, que millones de ecuatorianos gritaran “¡Lupo presidente, Lupo presidente!”, emocionados hasta la médula frente a una pantalla de TV la noche del 7 de septiembre de 1983 -y también luego, al ir a recibirlo como a un héroe en el aeropuerto de Guayaquil, al retorno de Buenos Aires- es el mismo que siete años después de desatar ese bullicio nacional decidió, en 1990, que lo mejor era retirarse en el silencio más absoluto.

La figura pública que despertó admiración y afecto por su desempeño descomunal, con base en garra conmovedora y valentía en un empate 2-2 contra la poderosa Argentina por la Copa América, emigró a Estados Unidos en la clandestinidad. Pero antes de marcharse ya había sembrado para la eternidad su recuerdo en la memoria colectiva nacional. Y aunque la tesis de algunos periodistas jóvenes es que antes de las clasificaciones a los mundiales ningún futbolista de Ecuador tenía personalidad, esa característica fue justamente el atributo que Lupo Senén Quiñónez derrochó en el estadio Monumental de River Plate.

Lupo fue, él solo, fue toda la ofensiva tricolor. Mientras, sus diez compañeros resistían atrás, como podían, atrincherados. El fornido ariete convirtió un gol contra Argentina y además fue el autor intelectual del otro, tras protagonizar la escapada en solitario más larga, electrizante e interminable de un delantero de la Selección. ¿Cuántos metros corrió Lupo hasta quedar mano a mano con Ubaldo Fillol y recibir una falta penal del mejor arquero albiceleste de todas las épocas? ¡Todos los metros del mundo! No tenía fin la carrera de Lupo y tampoco parecía tenerlo el griterío enloquecedor en Ecuador por esa exhibición de coraje. Como si fuera el más violento vendaval, el incontrolable Tanque de Muisne (ciudad de Esmeraldas, donde nació el 12 de febrero de 1975) arrasó a zagueros avezados y mañosos. No les dio tregua nunca.

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Al esmeraldeño, que se agigantaba cuando vestía el uniforme nacional, no lo asustaron las amenazas de muerte que recibió de los centrales Enzo Trossero y Roberto Mouzo en cada incursión suya al área gaucha. ¡Cómo lo iban a espantar si durante casi un lustro -como revela entre carcajadas que cortan el relato- se entrenó para afrontar el miedo al convivir con los espectros que asegura que habitaban con él en la concentración del viejo estadio Capwell! De visita en Guayaquil, Lupo le cuenta a Diario EL UNIVERSO esa y otras anécdotas memorables.

Algunos excompañeros suyos dicen que vivir en el viejo Capwell era cosa de valientes porque ahí había fantasmas. Pero esa fue su casa por largo tiempo.

Tuve la gran suerte de llegar (en 1975) a Emelec y vivir en la concentración del Capwell y sí, ahí había fantasmas y hacían asustar hasta de día. Cuando yo salía del estadio para comer, al regresar sentía que caminaban, que tiraban las puertas y que se movía todo. Revisaba y no había nada y no me quedaba más que entrar al Capwell porque ahí era donde yo vivía. Daba mucho miedo estar ahí.

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¿Y no le daban ganas de salir corriendo del Capwell?

Yo me arrodillaba, rezaba y me encomendaba a Dios; y de ahí, a meterme a la cama y arroparme totalmente, de pies a cabeza. ¿Qué más podía hacer? No podía ir a otro sitio porque ese era el único lugar que tenía para dormir. Además, no tenía un compañero que viviera cerca y que me auxiliara dándome posada hasta el día siguiente. Gracias a Dios todas esas cosas, y trabajar duro, me sirvieron para superarme y para salir adelante.

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¿Cuántos años vivió en la concentración del Capwell?

Unos cinco años. Asustaban de día y a toda hora. Yo creo que era el fantasma de (George) Capwell (risas).

¿O sea que cuando Emelec fue campeón en 1979 usted todavía vivía en el estadio?

Sí, ahí seguía viviendo. Había muchachos como Ubaldo Quinteros, Miguel Cedeño y Stewart Quinteros que venían de Esmeraldas. Pero estuvieron ahí (del estadio Capwell) por poco tiempo porque tenían familiares en Guayaquil y al final se desaparecieron de la concentración (bajo la tribuna de la calle San Martín). Pero el que seguía solo ahí era yo.

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Al final usted les ganó a los fantasmas del estadio George Capwell.

Le gané a los fantasmas vivos y también a los fantasmas muertos (risas).

¿Cuáles eran los fantasmas vivos?

De esos había muchísimos. Pero gracias a Dios siempre encontré buenos grupos en Emelec y en Barcelona SC. Nunca hubo discriminación ni problemas. Siempre me uní a los grupos, le caí bien al grupo y siempre me entregué en las prácticas y en los partidos.

Mouzo y Trossero no eran fantasmas, pero en el estadio Monumental de Buenos Aires le juraron que lo iban a matar.

Pude estar, por fortuna, en esa Copa América de 1983 cuando nos enfrentamos a Argentina en Buenos Aires. Ellos, dirigidos por Carlos Bilardo, tenían una tremenda selección y me tocó enfrentar a los centrales Mouzo y a Trossero, defensas fuertes y técnicos. Pero se encontraron conmigo, que estaba joven y tenía muchas ganas de triunfar, de hacer las cosas bien, de ser conocido.

¿Qué más le decían ese par?

Mouzo y Trossero sufrieron conmigo y me hicieron sufrir. Pero al final el menos sufrido fui yo. Los tenía encima, yo les daba con todo porque también me dieron con todo lo que tenían. Me tiraban al suelo, me pisaban, me maltrataban, me insultaban, pero cuando los agarraba los dejaba sangrando. Parecían boxeadores. Me decían: ‘¡Negro, ya no corras más! ¡Te vamos a matar si sigues corriendo! Yo les respondía: Vamos a ver quién es el primero que se muere. Seguí haciendo mi trabajo futbolístico porque andaba muy bien físicamente.

¿Cuando dice que nació antes de tiempo es broma?

Lo digo en serio. Nací con mucha anticipación. Quisiera tener 30 años menos y si me dijeran a qué te quieres dedicar, elegiría ser futbolista otra vez. En estos tiempos podría salir al extranjero, pero trabajaría y me sacrificaría como lo hice siempre. Ahora los jugadores nacionales tienen más chances de irse del país. Ahí se mejora en lo económico y en lo futbolístico y se crece mentalmente.

Usted hizo en el Sevilla FC, de España, una prueba, pero estaba fuera de ritmo porque no jugaba desde agosto de 1982, tras la huelga de Emelec. ¿Lo frustró no quedarse allá?

No fue tan frustrante. Tenía seis meses de para, pero estaba mentalmente fuerte. Cuando fui a Europa entrené y lo hice bien. Tanto que me pusieron con el primer plantel y en el segundo. Por fortuna, el presidente del Sevilla (Eugenio Montes Cabeza) dio el sí para mi contratación. Lamentablemente, esta no se concretó porque el presidente del Manta le había dicho una cantidad al empresario pero cuando comprendió que yo me podía quedar subió el monto y eso truncó mi opción de jugar en España (en 1983).

Cuando se acabó la huelga de 1982 los dirigentes de Emelec los multaron por no presentarse ante 9 de Octubre y así redujeron la deuda con el plantel. Eso no se podría hacer ahora.

No se podría y no se debería. Emelec nos debía premios, como tres meses de sueldo, y las posibilidades económicas de algunos de nosotros no eran buenas. A Munir Dassum, quien era muy buena persona y era mi padrino, fui a decirle que necesitaba que me paguen. Me ofreció que iba a arreglar mi situación, pero aquello no ocurrió. Cuando nos fuimos a la huelga don Munir se molestó conmigo y me reclamó: ‘yo lo quiero a usted y lo aprecio, pero yo esperaba que me viniera a decir que se iban a la huelga’. Le aclaré que no podía dejar a mis compañeros mal parados. Me anticipó que por esa postura me iba a dejar fuera de Emelec. Salí de ahí, del club, y me fui para el Manta SC (inicios de 1983). Al año siguiente Carlos Coello Martínez me preguntó si me interesaba ir a Barcelona SC. Le contesté que por supuesto que me gustaría. Él contactó a Isidro Romero y con él arreglé mi vinculación a ese club.

Alberto Spencer lo dirigió en Emelec (1975-1976). ¿Qué aprendió de Cabeza Mágica?

Siempre me aconsejaba. Por ejemplo, me instruía cómo perfilarme para recibir el balón, cómo saltar para cabecear, cómo correr en el área. En todo el tiempo que estuve en Emelec, donde viví mis mejores momentos como futbolista, tuve buenos técnicos. Tuve al uruguayo Hugo Bagnulo, que era un entrenador 100% exigente. Si las cosas no salían bien en diez o 20 intentos, tenían que ser en 25 o 30, o hasta que salieran. Esas cosas son las que me dieron la oportunidad de aprender, de educarme futbolísticamente.

Usted nunca hizo declaraciones contra nadie. Siempre, hasta en los malos momentos, parecía relajado. ¿Cómo alguien tan aguerrido en la cancha era tan pacífico fuera de ella?

Porque siempre traté de juntarme con personas de las que pudiera aprender. Intenté estar siempre con gente que no me dejará cosas malas. Incluso ahora todavía creo que de lo malo puedo obtener cosas positivas de las cuales aprender. Me he mantenido siempre derecho y sin problemas con las personas que quiero y respeto. Si una persona dice algo malo en contra mío debo entenderlo y suponer que debe estar pasando por algo grave y que en su sano juicio no diría cosas negativas de mi. Trato de aprender de todos. Así lo hice en el fútbol y así lo sigo haciendo en la vida.

El grito “¡Lupo presidente!” se hizo clásico. ¿Le habría gustado ser presidente de la República?

(Risas) De Ecuador no me habría gustado serlo porque la política anda equivocada, pero sí de un club de fútbol. Habría luchado por crear una buena agremiación para que pelee por muchos jugadores que al retirarse quedamos, y soy parte de la estadística, fuera del sistema futbolístico y fuera de todo. Hay muchos exfutbolistas desplazados y abandonados. Ojalá pudiera unirme a un grupo que haga ese tipo de trabajo a favor de quienes fuimos jugadores de fútbol.

¿Por qué se fue del fútbol en silencio?

En 1990 mi último equipo fue Filanbanco. Hubo un par de partidos en los que no me salieron bien las cosas y sentía que yo ya no estaba a la altura de los demás. A Carlos Coello le conté que me iba a retirar y me preguntó si estaba seguro de que esa era la decisión adecuada. Le dije que sí y que me iba a Estados Unidos. Él me ofreció hacerme un juego de despedida y se lo agradecí de corazón, pero le aclaré que no quería porque la gente iba a decir ‘Lupo se está muriendo de hambre, Lupo esto, o Lupo lo otro’. Se acabó todo y me fui del país un momento a otro. Me fui como si nada hubiera pasado, como si nunca hubiera hecho nada y como si nunca hubiera sido un futbolista. (D)