Fue un día fatal el del jueves pasado para toda Sudamérica en el Mundial ruso: cayó Perú luchando y golearon a un equipo argentino cuyos jugadores parecían haber ingerido altas dosis de ansiolíticos, hipnóticos y antidepresivos.

Perú quedó sin opciones de seguir en el torneo con dos derrotas por la mínima diferencia ante Dinamarca y Francia, dos selecciones con opciones de llegar a la final. No fueron generosos los dioses del fútbol con los peruanos que dominaron en ambos encuentros y mostraron no solo un óptimo funcionamiento sino también –y es muy importante– un encomiable coraje, lo que los diferencia de esa Argentina desprovista de alma, con su comandante en jefe dormido, al que, en pleno campo de batalla, no despertaban los ruidos de la artillería contraria.

El equipo de Ricardo Gareca puede mirar el futuro con optimismo si los dirigentes mantienen al cuerpo técnico, una gestión de la que ya se han dado los primeros pasos. El entrenador argentino tomó al balompié peruano en plena declinación. En 2015 ya se contabilizaban 33 años de ausencia en las finales de la Copa del Mundo. Los problemas directivos y la indisciplina de los seleccionados eran la regla. Hombre de firme personalidad como jugador y como técnico Gareca impuso reglas muy claras: no intromisión directiva en la elección de los jugadores, normas de conducta inflexibles, absoluto apego a su plan y renovación sin compromisos. Muchos de los intocables quedaron fuera y los directivos, gestores de convocatorias con fines mercantiles, no pudieron articular palabra alguna.

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En sus dos encuentros perdidos, Perú reveló el inmenso compromiso de los jugadores con su divisa y con su técnico. Fue conmovedor el impulso arrasador de cada uno de ellos en busca del empate. No pudo convertir porque sus dos goleadores, Paolo Guerrero y Jefferson Farfán, no estaban en su mejor condición física. Su mejor figura en los 180 minutos de fútbol, el joven Christian Cueva, gran ejecutor de penales, mandó arriba un balón que le habría dado el empate.

A los que juzgan a un jugador por el número de su camiseta, lo que no está siempre en concordancia con la función que cumplen en la cancha, debe haberles bastado –si tienen capacidad de análisis– ver a Cueva para aprender cuál es el papel del número 10 al que se asigna tradicionalmente la función de conductor, de manejador de los hilos del equipo. Cueva es el dínamo de su selección, papel que cumple también en el Sao Paulo, su actual club.

Pese a que ya está buscando vuelo para regresar a Lima, la selección peruana va a volver al Mundial 2022. Salvo Brasil, no hay ninguna que juegue mejor que la Albirroja de Gareca. Difícilmente se encuentre a futbolistas tan comprometidos con su camiseta en esta época de tantos divos, de tanto crack de hojalata. Perú tiene la ventaja de la edad: el promedio de sus jugadores está entre 25-26 años. Para la próxima Copa ya no estarán sus veteranos. Guerrero, Farfán y Alberto Rodríguez, tienen hoy 34 años, aunque la eliminatoria empezará a fines de 2019 y podrían jugar algunos partidos.

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La reserva ha sido trabajada por Gareca y sus acompañantes. Impuso la norma de que la selección sub-20 sea el sparring oficial del combinado de mayores. La mayoría de esos muchachos ya están listos para su segura incursión en la representación que luchará por volver al Mundial. En esto Gareca se distingue de los seleccionadores de Sudamérica. ¿Cuándo vimos los ecuatorianos a Maturana, Gómez, Suárez, Rueda o Quinteros trabajar con las selecciones menores? Gómez se iba a Medellín en vuelo chárter después de los partidos de eliminatoria y volvía cinco días antes del próximo partido. Y lo que es más: declaró en su país que él daba 12 o 15 nombres para la convocatoria y que el resto lo ponían Luis Chiriboga y Vinicio Luna. Quiso desmentir lo dicho días más tarde, pero eso ya se conocía en nuestro país. Después dejó botada a la selección en Perú en la Copa América 2004 luego de la goleada 6 a 1 que le propinó Argentina. Hoy, pese a los problemas deportivos y policiales que provocó, los dirigentes de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, se preparan para volver a contratarlo.

Lo de Argentina es digno del tango más triste, de una égloga lastimera. De finalista de la Copa 2014 ha pasado a estar casi eliminado en primera ronda. Hoy depende de otros resultados para arañar un puestito en octavos de final. Y eso que tiene al mejor jugador del mundo y firme aspirante al Olimpo en el que moran sus compatriotas Alfredo Di Stefano y Diego Maradona junto a Pelé y Johan Cruyff. El jueves quedó fusilado en el centro del campo por tres disparos precisos y mortales de los croatas, uno de ellos obsequiado por Willy Caballero, un arquero a punto de cumplir 37 años, con 5 partidos en la selección y un año de ocupar el banco en el Chelsea inglés.

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¿Por qué el hablantín e inútil Jorge Sampaoli eligió a un perpetuo suplente en lugar de dos porteros en plena actividad como Franco Armani, el mejor del torneo argentino y campeón de la Copa Libertadores, o Nahuel Guzmán, titular de Tigres de México? Los expertos dicen que Sampaoli argumentó que Caballero jugaba mejor con los pies. Provoca hilaridad –si la realidad no fuera tan trágica– ese argumento que hace las delicias del periodismo imberbe e irrita a los comentaristas experimentados. Hoy se ha olvidado que la función elemental de un arquero es atajar. Lo de los pies es subsidiario, un episodio secundario del juego. Lo penoso es que el arquero argentino regaló el primer gol cuando quiso devolver un balón en su área y lo traicionaron sus botines. Algo digno de una tragedia griega.

El blooper puso en el piso la escasa resistencia anímica de Argentina. Desató un pánico obnubilante. No respondía la mente y todo fue confusión. Diez mediocridades superpublicitadas por medios que responden, algunas veces, a clubes millonarios y agentes afanadores, sin mostrar ninguna virtud futbolera. Se sumó a ello la pobre actuación de Messi, que fue el jueves un capitán triste. El mejor jugador del planeta no intentó un solo disparo al arco: no llegó nunca a las proximidades del marco adversario con posibilidades de gol. Era palpable que sufría, que deseaba que el partido terminara para hundirse en el túnel y convertirse en un prófugo de una realidad doliente que él ayudó con su abulia a edificar.

Si los milagros del césped ocurren, Argentina podría estar en octavos, pero nadie podrá evitar que esta generación, de la que se salvan los recién llegados Pavón, Meza, Tagliafico, Dybala (“La Joya”, “el sucesor de Messi”, lo han llamado sin que muestre nada), Acuña y algún otro, se sumerja en el olvido. De seguro Messi volvería a anunciar su renuncia a la selección, esta vez sin vuelta atrás.

¿Y los dirigentes? La muerte del capo Julio Grondona trajo una gran confusión, como cuando en una elección con 75 asistentes la votación terminó 38 a 38. Hoy en Argentina hay tanto descontrol como cuando en el Titanic alguien gritó que no alcanzaban los botes. (O)

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