María Guamán de Díaz se llama la hija del recordado zaguero de Emelec José Guamán Castillo, quien hace pocas horas me envió un correo electrónico participándome el deceso, en San Francisco, California, el martes pasado, del histórico jugador que integró la plantilla titular del equipo eléctrico que conquistó en 1946, en la terrosa cancha del viejo y desaparecido estadio Guayaquil, la primera corona de la historia azul.

Pese ha haber llegado a Estados Unidos hace 55 años y fallecer pasado los 91, no vivió jamás el desarraigo que aqueja a algunos compatriotas, que luego de tres meses en el extranjero ya no se acuerdan de su país, de sus amigos ni de sus parientes.

La familia de José Guamán Castillo me escribió un día del 2014 anunciando su visita a Guayaquil. Estaba seguro que sería la última vez que iba a volver a su ciudad querida. Sus propósitos principales eran conseguir una camiseta de Emelec, visitar el estadio George Capwell para recordar sus viejas hazañas y recorrer el Museo del club en Puerto Santa Ana. Diario EL UNIVERSO le dedicó una extensa entrevista donde habló de los títulos de 1946 y 1948 y del Campeonato de Campeones de Sudamérica, en el que formó parte de la plantilla eléctrica en Santiago de Chile. “Emelec fue y será el equipo de mi vida”, dijo aquella vez, pese a que su carrera la terminó en 1951, el inolvidable Río Guayas en el que fue titular hasta la llegada del argentino Teodolindo Mourin.

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El último deseo de José Guamán Castillo, campeón eléctrico de 1946 y 1948: ir a la última morada arropado por la bandera del club de sus amores. Falleció a los 91 años, en San Francisco, California. Se la hicieron llegar, para su funeral del miércoles próximo emelecistas que viven en Estados Unidos.

El pasado jueves María me pidió ayuda para conseguir una bandera de Emelec, algo muy problemático de hacer llegar hasta San Francisco, California, dado que su padre va a ser sepultado el miércoles venidero. De inmediato me comuniqué por Facebook con mis amigos emelecistas Galo Pulido, Kiko Fernández y Eloy Carrillo, que viven en California. Antes de 24 horas Kiko me hizo saber que habló con la hija del excrack de su equipo y que la bandera de Emelec iba en viaje para cumplir el último deseo de José Guamán Castillo: ir a la última morada arropado por la bandera del club de sus amores.

Gestos de esta naturaleza no son frecuentes en nuestro metalizado y súper dolarizado fútbol en que los profesionales -salvo unos pocos casos- no sienten nada por la camiseta que visten. Llegan al club por dinero y se van cuando no satisfacen sus ansias de más dinero. Y después pelean por ser dirigentes de esa entidad y mienten sobre su inexistente amor a la entidad. Guamán Castillo sí amó a Emelec e hinchas que no lo conocieron ni lo vieron jugar, como Kiko, Galo y Eloy, han sido sensibles para hacer posible su último deseo. Ojalá los dirigentes de Emelec, que aman limpiamente a la institución y no fingen lo que no sienten, rindan un postrer homenaje, antes de jugarse el último partido del torneo nacional, a uno de los futbolistas que le dio al club dos títulos.

Julito Petiso Verdesoto anda por Guayaquil y ya ha abierto su ‘ofibanca’ en 9 de Octubre y Córdoba, donde se reúne con otros cracks de antaño como Galo Pinto y el incombustible Lucho Drouet. Gran jugador y gran caballero es siempre recordado por su enorme habilidad, dominio del balón y la picardía que solo se aprende jugando pelota barrial y haciendo paredes con la vereda, como enseñó por años el recordado Bailejo. Digo con orgullo que vi debutar a Verdesoto un 20 de julio de 1958 con Barcelona jugando con Valdez. Es tan viva la remembranza que me parece verlo entrar en el segundo tiempo por la línea derecha que corría frente a la vieja tribuna del Capwell, saltando con el balón, con los ojos vivísimos bien abiertos para sortear al gran Flavio Nall y buscando hacer lo mismo ante Honorato Mariscal Gonzabay, uno de los grandes zagueros centrales de ese tiempo y de toda la historia. Al fondo, parado en la raya del arco que daba a la calle Quito, estaba el mejor portero ecuatoriano de todos los tiempos, Alfredo Bonnard, pero nada achicaba al pequeñín que debutaba en primera división.

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Gestos de esta naturaleza no son frecuentes en nuestro metalizado y súper dolarizado fútbol en que los profesionales -salvo unos pocos casos- no sienten nada por la camiseta que visten.

He conversado mucho por largos años con Julito, cuya vida futbolística está llena de anécdotas. Me contó alguna vez que lo vieron jugar Simón y Clímaco Cañarte en el colegio Santistevan y lo llevaron a Barcelona. Nunca recibió un centavo por firmar. Tuvo un solo entrenamiento y el masajista Felipe Mentolato Vera le comunicó que iba a jugar el siguiente domingo. “¿Con los juveniles?”, preguntó. “No, en primera”, le dijo don Felipe. “Te cuento que esa noche no pude dormir”, me decía. “El sábado me entregaron el uniforme y al ponerme la camiseta se me salieron las lágrimas. Jugué en muchos clubes, pero lo de Barcelona era único. Sus colores se me tatuaron en la piel”.

Julito se subió en el bus de la línea 6. Eran muy pocos los jugadores que tenían automóvil. Era cuestión de bus o bicicleta, como la que usaba Carlos Pacharaca Alume. Se quedó en Guaranda y San Martín y caminó al Capwell pero -sorpresa enorme-, nadie le creyó que era jugador de Barcelona. Pensaron que era un impostor; tan chiquito, con cara de niño a sus 18 años y una funda de papel con el uniforme, las vendas y los botines. Simón Cañarte alcanzó a verlo y lo auxilió. Ese 20 de julio de 1958, día de su debut, era la primera vez que entraba a la tribuna.

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En 1960 Deportivo Quito lo llevó a sus filas por pedido de Héctor Scarone, el uruguayo que había sido campeón olímpico en 1928 y mundial en 1930. Allí tuvo de compañero a Julio Arce, un gran arquero que dejó Barcelona para tener titularidad en otro equipo, tapado como estaba por Pablo Ansaldo. Jugó con los rioplatenses Tito Burgos, Rubén Goncalvez y Carlos El dibujante Guzmán, Maldonado, Garzón, Juan Ruales, César Pardo, Ernesto Guerra y José Ignacio Pelado Sánchez. Su paso por Deportivo Quito -igual que el de Julio Arce- es siempre recordado por los seguidores del conjunto de la Plaza del Teatro. Estuvo más tarde en 9 de Octubre, Everest, Español, Independiente de Bahía y Juventud Italiana, de Manta, a donde lo llevó el dirigente Luigi Benincasa.

Hasta hace dos años, con más de 70 abriles en su espalda, todavía se movía con velocidad y viveza por las canchas del parque de Flushing Meadow, en Nueva York.

Esperamos que tenga en estos días una feliz estancia en Guayaquil el siempre bien recordado Julio Petiso Verdesoto. (O)