Primer acto: el chileno Gonzalo Jara (notable zaguero, aunque muy antideportivo) conecta un codazo totalmente intencional en la cara al alemán Timo Werner para frenarlo. El árbitro serbio Milorad Mizac deja seguir. Segundo acto: desde la cabina del VAR (Árbitro Asistente de Video) le avisan a Mizac que debería revisar la acción. Tercer acto: el árbitro tiene que haber visto, porque lo vio el planeta, que Jara le pegó muy duro con su codo a Werner (que no lloriqueó; si se tiró, se la aguantó virilmente, lo cual habla bien de él). Cuarto acto: el árbitro le saca amarilla a Jara cuando era roja sin atenuantes, lo dice el reglamento y la falta fue demasiado evidente. Quinto acto: el periodismo dice “El VAR genera controversia”.

Error: El VAR no genera controversia, es perfecto porque es imagen. Le da al juez la posibilidad de aclarar sus dudas, ver bien una acción discutida, le ofrece varios ángulos. El problema es el mismo de siempre: los árbitros. Su estulticia. El VAR la pone aún más en evidencia. A comienzos del año 2000, el secretario general de la FIFA, Michel Zen-Ruffinen, declaró: “No sirve de nada cambiar las reglas si luego los árbitros no las aplican”. Tiene plena actualidad y resume todo.

“El VAR en el centro de la polémica”. Lo leímos y escuchamos hasta el hartazgo durante la reciente Copa Confederaciones, que muchos catalogaron de copita, pero que uno quisiera ver otra esta semana (sobre todo después de los híbridos partidos de Libertadores de estos días). Joseph Blatter, retirado y desacreditado, aprovechó para desviar un poco de agua hacia su huerta: “El juego, sin discusión, pierde atractivo. Hay que dejar que los árbitros cometan errores. Lo que está haciendo la FIFA es complicado y peligroso”. Desde luego, lo dice porque el mundo entero le pidió durante su largo reinado una solución a las continuas fallas arbitrales y esa fue una de sus asignaturas pendientes. Intenta justificarse.

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En el tenis, el ojo de halcón funciona porque los jueces, cuando el dispositivo muestra que la pelota estaba dentro, dan tanto al que pegó, y cuando va afuera, lo otorgan al rival. Si pusiéramos un árbitro de fútbol, allí fracasaría el ojo de halcón. Está claro que el fútbol tiene cientos de elementos más que el tenis (para empezar, 22 jugadores), pero mirar un video no es tan complicado. Milorad Mizac sabe que si un futbolista le aplica un codazo a propósito a otro es tarjeta roja. Se lo habrán recalcado desde que empezó el curso de réferi, incluso de antes, cuando era aficionado en la niñez. Pero lo ve y no acata la regla. Por eso sostenemos que los réferis son los primeros en violar el reglamento.

El jueves, en Emelec-San Lorenzo, el defensor azulgrana Marcos Angeleri le dio una patada salvaje a Bryan Mina. Era expulsión sin margen de duda. El colombiano Wilson Lamouroux le aplicó una cándida amarilla. Cómo sería que Angeleri hasta se lo agradeció. Era para enviarle una caja de bombones. No es menor: San Lorenzo debió haber jugado 35 minutos con un hombre menos. Inmediatamente, el técnico Diego Aguirre reemplazó a Angeleri, sabía que estaba jugando de regalo.

El VAR es una herramienta estupenda. Y su aplicación en la Copa Confederaciones derribó otro mito: que cortaría en exceso el juego y los partidos se tornarían aburridos. Error: cada una de las veces que se recurrió al video, el partido se detuvo, en promedio, 45 segundos. Nada en comparación con lo que significa el cobro de un tiro libre. En el cotejo Independiente 0-Alianza Lima 0 por Copa Sudamericana asistimos a un hecho inusual: el árbitro Patricio Polic, por sí mismo, quemó entre 15 y 20 minutos hablando con los jugadores. En cada tiro libre perdió 2 minutos dialogando con la barrera y con el ejecutor. En los córners igual. Que no se adelanten, que no se agarren... Insólito. El juez no debe dialogar con los futbolistas, señala la distancia y al que no la respeta, lo amonesta.

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Está comprobado que los arqueros, que tienen un máximo de 6 segundos para poner el balón en juego luego de tomarlo con las manos, demoran hasta 15 segundos. Y que cuando su equipo va ganando, tardan hasta 30 para hacer un saque de banda. Todo esto es mucho más grave que los 45 segundos del VAR, que además sirve para clarificar una jugada que puede ser decisiva en el resultado. De modo que lo del tiempo quedó fuera de discusión: no es un escollo.

También hay otro factor: cuándo recurrir al VAR. El reglamento no obliga a los árbitros a utilizar el sistema, aunque recomienda hacerlo en jugadas clave, sobre todo en las áreas, y cuando hay muchos reclamos. En el partido Chile-Portugal –minuto 113–, hubo un penal enorme del portugués Fonte a Francisco Silva: lo cruzó y le dio un pisotón tremendo. Tal vez mil árbitros hubiesen sancionado falta; el iraní Alireza Faghani dejó seguir. Peor que ello: ante las sugerencias de que pidiera el VAR, se opuso. ¿Cómo desde la cabina no le avisaron a Faghani…? ¿O le avisaron y este se obcecó en no sancionar…? ¿O se hizo el distraído…? Hablamos de jugadas que no dejan duda.

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Un grueso sector del periodismo internacional sostuvo que no se dio el penal porque a la FIFA le interesaba que estuviera Cristiano Ronaldo en la final. Y hasta ahí, Chile y Portugal empataban. Naturalmente, es una especulación. También se podría preguntar por qué la FIFA designó 7 jueces europeos y ningún sudamericano para controlar la final donde jugaba un europeo. Pero si el VAR se va a utilizar discrecionalmente, para revisar lo que a los poderosos les conviene, entonces el sistema es perverso.

Javier Castrilli, exárbitro argentino reconocido por su imparcialidad, fustigó con dureza el uso del VAR (no el VAR). En una entrevista con Verónica Brunatti para AS sintetizó: “El VAR debe poder decidir por encima del árbitro”. Vale reproducir dos conceptos:

-¿Por qué defiende el uso de la tecnología en los arbitrajes?

-El fútbol está cambiando por la necesidad de dar respuestas al juego moderno. El reglamento cambiará porque es el progreso y no tiene retorno. Históricamente se dejó en manos de la persona humana, el árbitro, la responsabilidad de ser garante del cumplimiento de las normas. Ahora, con las imágenes de televisión, se comprobó que esa persona tiene limitaciones y no alcanza para dar respuesta a esas necesidades de impartir justicia. Gracias a las nuevas tecnologías vemos las barbaridades que cometen los árbitros. Ya no solo podemos interpretar como sospechas.

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-¿Por qué cree que ya con el árbitro no es suficiente?

-Pongo un ejemplo. El árbitro ve la jugada del codazo de Jara y no sanciona la expulsión. Acude a la televisión y refuerza el error. Nos sentimos vulnerados. Cuando vemos el penal no sancionado a Chile, nos deja insatisfechos; el VAR debió haber intervenido. Es inaceptable que el árbitro iraní no quisiera modificar la sanción. Todo el sistema está bajo sospecha.

El VAR es bueno, malos son los árbitros. Y los intereses ocultos que sugieren qué jugadas revisar. (O)

 

El VAR es una herramienta estupenda. Y su aplicación en la Copa Confederaciones derribó otro mito: que cortaría en exceso el juego y los partidos se tornarían aburridos.