Escribo desde el estadio Vicente Calderón cuando hace diez minutos acabó el partido contra el Barcelona (cayó 2-0 en cuartos de final de la Champions) y pienso que si el Atlético de Madrid no existiera, habría que inventarlo. Con el homenaje debido a los Real Madrid, Barça, Manchester United, Juventus, Milan, Bayern y demás, no existe depósito de entusiasmo como el que este club produce.

Eso le lleva a superar una situación económica de desventaja, a elevarse sobre su estatura, a reclamar una atención en la mesa de los grandes. Eso hace que su gente no haya dejado el campo aún, mientras escribo, ansiosa de seguir cantando, de derramar ese entusiasmo que la desborda sobre sus héroes.

No hay, por eso, nada de extraño en que el Atlético haya eliminado al Barça, más allá de incidencias arbitrales en la ida y en la vuelta, que no vienen sino a confirmar el localismo de los arbitrajes en la Champions. Sucedió porque puso entusiasmo y unidad de propósito a favor de una idea, porque supo jugar sus cartas, menores, con más habilidad. Esperó cuando, con el 2-1 de ida, podía sentirse fuera. Luego, con el 1-0, esperó aún más, jugando con los nervios del rival, acumulando sacrificio, esperando un contraataque. Con eso, pegó un tiro al horizontal y un penal ganador, que significó ese 2-0 definitivo.

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Así que el Atlético va al bombo del sorteo, junto a Madrid, el City y Bayern. El Barça se queda fuera. Sorpresa o no, Lionel Messi está, pero no está. Se escabulle por zonas desmilitarizadas del campo, jugando con recursos de veterano que tratará de justificarse con unos cuantos balones bien tocados. Neymar tampoco es el diablo que fue. El Barça la tuvo y apretó, pero sin daño. La excelencia ha desaparecido, quedan el genio de Gerard Piqué y sus malos modos. Vistos los dos partidos, a semifinales ha pasado el que lo merecía. Ese caudal de entusiasmo es incontenible cuando hay una idea (el cholismo de Diego Simeone en esta época) que lo encauza. (D)