La provincia ecuatoriana de Esmeraldas carece de todo, incluso de una buena cancha de fútbol. Pero el marcador izquierdo de la selección en el Mundial de Brasil, el esmeraldeño Walter Ayoví, presume de una cancha natural: la que se forma en la playa al atardecer, cuando baja la marea del Pacífico.

Al llegar ese momento, unos 600 niños agrupados en más de 10 escuelas precarias se toman la arena para jugar fútbol. Aunque en Esmeraldas solo viven unos 540.000 de los casi 14 millones de ecuatorianos, seis de los 11 titulares en el Mundial nacieron allí, lo que resume el éxito de la cancha ganada por horas al mar.

Ayoví es uno de aquellos pequeños que, exponiéndose a un castigo de los padres, descuidaba su oficio de pescador para patear la pelota con otros niños, obligados a trabajar por la pobreza de la zona. “Si aprenden a jugar en la arena, después, cuando llegan a una cancha de verdad, les parece fácil”, destaca el exfutbolista Carlos Preciado, uno de los impulsores del balompié en la provincia fronteriza con Colombia.

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La zona posterior de Ecuador en Brasil es esmeraldeña. Y al arquero Alexander Domínguez y a los defensas Juan Carlos Paredes, Jorge Guagua, Frickson Erazo y Ayoví se suma la estrella del equipo, Enner Valencia.

El número podría ser mayor: el volante Segundo Castillo, titular indiscutido que se perdió el Mundial por una lesión de última hora, es de allí. Y aunque Antonio Valencia, del Manchester United, nació en el Oriente, se dice culturalmente esmeraldeño, como sus padres. Lo mismo le pasaba a Christian Benítez, el ídolo muerto el año pasado por una peritonitis.

El arquero Adrián Bone, el defensa Óscar Bagüí y el volante Jaime Ayoví, primo de Walter, que estuvieron en la banca, también son producto de esa fábrica de futbolistas, que siempre existió, pero se potenció con la “escuela colombiana”, cuando técnicos del país vecino miraron de cerca a los jugadores provenientes de la zona.

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El atildado zaguero Iván Hurtado, el escurridizo atacante Carlos Tenorio, el zurdo Néicer Reascos y Marlon Ayoví, entre otros varios jugadores que pusieron a Ecuador en los últimos lustros en la parte alta del fútbol sudamericano y que ya están retirados, son esmeraldeños.

Todos esos jugadores tienen además una característica común, al igual que un 44 por ciento de los esmeraldeños: son negros. Según el censo oficial, un seis por ciento de los ecuatorianos tienen raíces africanas, aunque otros estudios suben la cifra a un 12 por ciento. Quien conociera a Ecuador únicamente por su equipo de fútbol podría pensar que la proporción es al contrario.

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“Cuando se habla de fútbol se tiene que hablar de razas. Nosotros tenemos el biotipo, la alegría para jugar”, afirma Rafael Erazo, padre de Frickson.