Por: Ricardo Vasconcellos
rvasco42@hotmail.com

La reflexión la hizo el pasado domingo el gran periodista y amigo Silvio Devoto Passano en el hipódromo Miguel Salem Dibo, mientras esperábamos el clásico dedicado a otro gran hombre de nuestra profesión, Ricardo López Manosalvas. “¿Faltará en el cielo algo de alegría que Dios se lleva a los futbolistas más divertidos, a los que ponen humor en el vestuario?”, se preguntaba Silvio a propósito de la muerte de Christian Benítez. Y mencionaba también a Carlos Muñoz y Otilino Tenorio.

Le faltó un nombre a Silvio, el de un futbolista inolvidable de los viejos tiempos del estadio George Capwell, cuando “nadie sabía jugar al fútbol”, según el odiador mayor de la historia que desde una radio niega la clase de jugadores que nunca vio. Su nombre agita los más bellos recuerdos en los testigos de las maravillas que tejía en el césped del Capwell: Daniel Pinto Chico. Pasó en 1947 del equipito Boca del Pozo, de la Liga Salem, al Norteamérica y fue campeón, título que repitió en 1948. En El que jamás tembló formó un ala derecha magistral con Víctor Venado Arteaga. “La mejor de todos los tiempos”, como la llama nuestro gran amigo Walter Bernabé. Pinto, un futbolista de técnica exquisita que corría de una manera singular, dando saltitos por el terreno de juego, por eso lo apodaron Pata de Chivo.

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Era un mago del humor en la vida social, ingenioso, ocurrente, divertido; cantaba con voz melosa los valsecitos criollos. Su temperamento lo trasladaba a la cancha, inspirado en esa sentencia que afirma que para divertir a los demás hay que divertirse uno mismo. Dio sensacionales shows futboleros en partidos que no se borrarán nunca de la mente de los que estuvimos en los graderíos del estadio de la calle San Martín, ante Racing y River Plate, en 1952; y ante Universidad Católica y Palestino de Chile, en 1954, por solo mencionar unos pocos.

El gran suceso de 1956 fue su transferencia a Emelec, donde se juntó con otro irreverente y pícaro: el Loco José Vicente Balseca. Cada domingo armaban una kermés en la cancha. Jugaban para el equipo, pero aprovechaban para burlarse de todo el mundo con cabriolas, paredes, toques. No importa qué camiseta iba usted a vivar. Balseca y Pinto le garantizaban su circo propio. Así llevaron, junto a sus compañeros, al primer Ballet Azul de Emelec al bicampeonato 1956-1957 y al primer título nacional en 1957.

Después de Emelec, Pinto se fue al Aucas de Quito, Everest, Barcelona y Liga Deportiva Universitaria de Guayaquil. Luego de un partido entre Liga y Everest, siguiendo la costumbre bohemia de aquellos años (¿y actualmente no?), Pinto y un grupo de amigos tomaron algunas cervezas y en la madrugada fueron a comer a un salón llamado Marcianita, en las calles Lorenzo de Garaycoa y Gómez Rendón.

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Un sujeto ebrio lo reconoció y sin motivo alguno lo insultó. Daniel, bravo para los puños, replicó y el tipo sacó una pistola. Le disparó cuatro tiros que el jugador esquivó. El quinto tiro lo mató. Era el 8 de septiembre de 1960.

“Entre esos tiros y el humo, segado por una bala, por un plomo pequeñito, cayó el más famoso de los nortinos. El que burló defensas grandotes, rompió redes y puso goles de sutilidad muy suya. Quien esquivó a los más pintados defensores, no pudo sacar el cuerpo, amagar hacia un lado ese plomo que dio fin a su existencia (..) Se va un pedazo del alma popular hecha fútbol (..) su fútbol, ese fútbol agradable y lindo, ya no se verá en acción, pero cuando se hable de los grandes que estuvieron por el ala derecha, cuando el tiempo empiece a florecer en el recuerdo, Daniel Pinto seguirá viviendo en la mente de aquellos que gozaron con el espectáculo de sus habilidades, como para decir: ¿Recuerdas? Fue grande Daniel”, escribió en EL UNIVERSO el periodista Ricardo Chacón García el día del sepelio del gran Pata de Chivo.

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Cuenta Silvio que el humor en el vestuario, en aquel estupendo Barcelona que llegó a la final de la Libertadores 1990 y al título nacional de 1991, lo ponía Carlos Muñoz Martínez. Recordamos siempre su último partido de diciembre de 1993, ante El Nacional, cuando anotó tres goles. Tres días después perdía la vida. Un accidente absurdo le causó la muerte en pleno ascenso de su condición de goleador y cuando se hablaba de una venta al exterior.

Y la otra remembranza de Silvio tiene como personaje a Otilino Tenorio, aquel gran delantero y goleador de Emelec, el equipo en el que saltó a la fama. Cada frase, cada ocurrencia suya contribuía a distender la tensión en camerinos, especialmente en los partidos difíciles. Un accidente de carretera le privó de la existencia el 7 de mayo del 2005.

“Hoy, más que cualquier otro día, pienso en el hombre, no en el jugador de fútbol. Pienso en la sonrisa de Otilino, en su alegría, pienso en que siempre quería estar bien con todo el grupo, alegrarlos. Pienso en el don de gentes de Otilino”, dijo el extécnico de la selección ecuatoriana de fútbol Luis Fernando Suárez.