<strong>Por Denis Dau</strong>Aquel muchachito que recorría las canchas del país con su padre; aquella criatura que llegaba a los camerinos y al acercarse a los jugadores les preguntaba: ¿Cómo puedo llegar a ser como ustedes? Era el inquieto niño que quería tener en su hogar un balón y cuando lo tuvo, pasaba horas dominándolo y soñaba con erigirse en delantero letal y debutar en primera.Este niño fue creciendo y ejerciendo su formidable capacidad futbolística hasta llegar al profesionalismo. Nunca tuvo aires de grandeza, jamás se enojó con sus compañeros, era insistente al saltar, y al tener el mínimo descuido de los defensores rivales, anotaba, y con sus goles generaba alegría y explosión de júbilo en el país.Llegó a ser un insigne ídolo; a sus 27 años ya se había embarcado en terrenos extranjeros como jugador y conquistó estelaridad como persona y deportista. Ese protagonista del gol era el gigante número 11, Chucho Benítez.El supremo Señor lo ha llamado a su lado, su ida será sentida durante décadas como héroe de mil batallas, como un ser humilde y de grandeza cuando pisaba las 18 yardas.Al conocerse la noticia dejó sin palabras al mundo futbolístico; el verde césped por donde corría solo recordará sus destrezas y sus festejos tras los goles; juramos, y para siempre, que Ecuador le dirá gracias por sus anotaciones y derroches de energía en cada partido.Entraste muy joven a un gramado, ahora te nos vas por un túnel infinito. Si Jesucristo fue envuelto en un sudario, Chucho se nos aleja con la camiseta de la Tri, y a dónde irá: a su nuevo imperio, a marcar goles. Adiós a un gladiador del balón…