El presidente-candidato de Venezuela, Nicolás Maduro, inició su campaña en el patio de la casa en que se crió Hugo Chávez. Dijo que allí se le apareció un pajarito chiquitico, “lo sentí como dándonos una bendición, diciéndonos: hoy arranca la batalla. Vayan a la victoria”. “Me lo quedé viendo y también le silbé, pues. Si tú silbas, yo silbo, y silbé. El pajarito me vio raro ¿no? Silbó un ratico, me dio una vuelta y se fue, y yo sentí el espíritu de él. De Hugo Chávez”.
Episodios como este, son un ejemplo extremo de cómo muchos de los líderes políticos de nuestra América, lejos de apelar a la razón de los ciudadanos ofreciéndoles argumentos para su decisión electoral, apelan al pensamiento mágico y a la emoción, que se encargan de mantener y alimentar. Pueden ganar elecciones, ciertamente, pero no cumplen un rol de líderes democráticos que educan a la ciudadanía para su participación informada y crítica en los asuntos del Estado. En nuestro país estamos ya preparándonos para una próxima contienda electoral, ojalá los partidos y los candidatos recordaran su responsabilidad de formadores políticos de sus seguidores.