Luis Fernando Intriago Páez
.- ¿Hay vida en Marte?, no lo sé. ¿En el vientre materno?, con certeza sí, hay vida, y vida que si permitimos se desarrolle, sin ninguna duda sabemos es vida inteligente. Si encontráramos vida en Marte aunque fuese la más pequeña e incipiente, incapaz de desarrollarse al punto de convertirse en un ser inteligente, sería protegida con toda la moderna tecnología que la humanidad haya podido desarrollar y posiblemente si la viéramos amenazada, inventaríamos inmediatamente leyes para defenderla. Pero, ¿y qué hay de aquel niño o niña cuya vida se desarrolla en el vientre de su madre?, ¿también está siendo protegida con el mismo ardor? ¡Qué locura tan absurda la que alberga el corazón humano! El vientre materno, el lugar donde un niño debería, por lógica, ser el más seguro y el más protegido del mundo, por su madre, su padre, sus abuelos, los médicos que juraron salvar vidas, las leyes de los países, etcétera, hoy se ha convertido en el lugar más peligroso para cualquier ser humano.

Se habla mucho de proteger a las ballenas, las focas y cantidad de especies que por la locura, ambición y crueldad del hombre podrían desaparecer. No me opongo, pero paradójicamente no se escatiman esfuerzos y cada año se gastan millones de dólares en la industria del aborto.

En los grandes foros internacionales y cada vez en más países se discuten y generan leyes que apuntan a destruir la vida de los más indefensos de nuestra sociedad: los niños no nacidos. Se habla del aborto como un derecho de la mujer y se borra sistemáticamente de la mente de la gente a través de frases engañosas, la idea de que “aborto” es lo mismo que “asesinato”.

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Se habla con eufemismos de “interrupción del embarazo no deseado”, “salud reproductiva”, “evacuación del contenido uterino”, “terminación de la concepción”, “derechos reproductivos”, “regulación de la fertilidad”, “aborto terapéutico”, etcétera.

Al niño no nacido se le llama “unidad feto placentaria”, “preembrión”, “tejido embrionario”, “producto del embarazo”, “contenido uterino” y de esta forma a la madre se la engaña haciéndole creer que su hijo es solo un manojo de células. Se habla de descriminalizar el aborto en caso de violación y se condena a muerte a un inocente, a aquel niño no nacido que nada puede hacer para defenderse, favoreciendo en muchos casos al verdadero culpable, al violador, cuyo delito quedaría en la impunidad. Se hace un verdadero lavado cerebral para convencer a la mujer de que con el aborto –el asesinato de su hijo–, el problema de su vida está solucionado, haciendo caso omiso de todo lo escrito acerca de las numerosas y funestas consecuencias que trae para la mujer, y que a nivel mundial la escuela de psiquiatría ha documentado abundantemente y ha llamado síndrome posaborto.

Se acallan las voces de tantas mujeres que habiendo sufrido la tragedia de una violación han logrado superar el trauma de la violación y aman profundamente a sus hijos concebidos en tan difíciles circunstancias, porque las circunstancias no alteran el hecho de que quien ahí se encuentra es un hijo. Matar al niño no nacido por haber sufrido una violación no es “ayudar” a la mujer, es cargar a la mujer con un doble trauma en su conciencia: el de la violación y el del asesinato de su hijo no nacido. Si para solucionar nuestros problemas la sociedad actual decide destruir a los más indefensos, ya no podemos hablar de civilización, sino del declive de la civilización y el comienzo de una barbarie que aquí empieza, pero no sabemos dónde puede terminar.
Luis Fernando Intriago Páez
Sacerdote, párroco de la iglesia Nuestra Señora de Czestochowa, Guayaquil