La madrugada del 8 de octubre, horas después de conocer su triunfo en las elecciones presidenciales, eufórico ante los miles de venezolanos que celebraban la victoria y en una de sus últimas apariciones en público, Hugo Chávez prometió acelerar el socialismo en los próximos seis años del nuevo mandato que acababa de ganar.

“¡Venezuela más nunca volverá al neoliberalismo! ¡Venezuela seguirá transitando hacia el socialismo democrático y bolivariano del siglo XXI!”, gritó esa madrugada Chávez desde el Balcón del Pueblo del Palacio de Miraflores.

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“Se consolidarán los cambios”, agregó esa madrugada el mandatario, quien negó que el modelo esté agotado, aunque admitió que requiere “un nuevo impulso, un nuevo vigor”.

El concepto de socialismo del siglo XXI, una ideología que lucha contra el ‘imperialismo’, se escuchó en 1996, a través de Heinz Dieterich Steffan, considerado el padre de esa teoría, pero fue Chávez quien mundializó el término al mencionarlo en un discurso en el 2005 en el V Foro Social Mundial.

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Tras su triunfo en las elecciones de 1999, encarnó inicialmente un proyecto que se configuró bajo el nombre de revolución bolivariana, luego habló de socialismo del siglo XXI, acaparó medios de comunicación, creó misiones: Barrio Adentro, con atención médica; Mercal, venta de productos comestibles a bajo costo; Robinson, educación, y construcción de viviendas. Asumió un discurso de inclusión que también adquirió tonos combativos.

Chávez forjó lazos con el pueblo con masivos programas sociales financiados con los altos ingresos por el petróleo que, según cifras de analistas, en una década tuvo unos $ 950 mil millones, de ellos $ 300 mil millones se invirtieron en el desarrollo social.

“Así, bajo el concepto de socialismo del siglo XXI emergió una nueva mitología política que trajo al ‘hijo de Bolívar’, que se dibujaba como el único que puede rescatar el proyecto del padre traicionado hace 170 años”, dijo el analista político Ángel Oropeza, en el libro Radiografía psicológica de la sumisión política.

El proyecto político impulsado por Chávez promovió la lucha contra “el imperialismo” y en torno a ese objetivo logró conformar un bloque de aliados que incluyó a los gobernantes de Bolivia, Evo Morales; de Ecuador, Rafael Correa; y de Nicaragua, Daniel Ortega; además de la comunista Cuba, así como el apoyo de Argentina, inicialmente con Néstor Kirchner (fallecido) y luego con Cristina Fernández.

Sin embargo, el viejo sueño de la izquierda latinoamericana de llegar al poder en la región se consolidó con discrepancias, según analistas, pues se identificaron dos tendencias en el continente: una izquierda radical, liderada por Chávez, y otra pragmática en su relación con el capitalismo y el libre mercado, en la que están Brasil y Chile. Mientras que Perú y Colombia marcaron distancia y se inclinaron a propender la inversión en sus territorios y a alianzas con EE.UU. (firmaron un Tratado de Libre Comercio).

En la región se impulsaron proyectos como Telesur, el Banco del Sur, la ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), contraria al ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), de EE.UU., y el bloque regional Unasur (Unión de Naciones Suramericanas).

Escudado en el socialismo del siglo XXI y amparado en las polémicas leyes habilitantes, Chávez emprendió una “guerra contra el latifundio”, expropiando tierras, empresas, restringiendo la circulación de dólares y con plenos poderes que limitan la acción de los medios de comunicación y de los opositores.

La principal patronal de Venezuela, Fedecámaras, emitió un informe, a mediados del año pasado, en el que indicó que en los últimos diez años del gobierno de Chávez se perdieron 170.000 empresas de las 617.000 existentes y que en ese periodo fueron expropiadas otras 2.300.

Tras el triunfo de Chávez, el ahora canciller, Elías Jaua, dijo que las expropiaciones siguen en la agenda, especialmente en sectores estratégicos, como energía, alimentación e insumos para la construcción.

La oposición, liderada por el gobernador del estado de Miranda, Henrique Capriles, ha criticado el proyecto socialista que aseguran está llevando a la nación a la ruina y al dogmatismo ideológico.

Chávez, además de nacionalizar cientos de empresas, ha llevado casi al límite el control estatal sobre la economía, lo que para sus críticos diezmó la productividad del país y lo hizo más dependiente de las costosas importaciones que oscilan conforme se mueven los precios del barril de crudo.

Cifras del Banco Central de Venezuela revelaron que el país triplicó su volumen de importaciones en el 2012 al llegar a $ 52 mil millones, el más alto de su historia.

Orlando Ochoa, analista y consultor empresarial, refiere que la eliminación de empresas por acoso y expropiación disparó la importación de alimentos, que pasó del 30% al 70% en el gobierno de Chávez.

Casi catorce años después de que Chávez asumiera la Presidencia y pese a la bonanza petrolera más grande en la historia de ese país, no hay muchos indicios en las calles de la llegada de tantos petrodólares.

Chávez redujo, pero no terminó con la pobreza. Al haber más dinero circulando en la economía, los ingresos han subido y la cantidad de gente pobre disminuyó, según las cifras oficiales. El desempleo bajó del 13% de 1999 al 8% actual y el país escaló varios peldaños en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.

No obstante, los venezolanos enfrentan numerosos “problemas pendientes” como la falta de vivienda o la inseguridad, la mayor preocupación de los habitantes, en un país con 14.000 muertes violentas al año.

El balance negativo se completa con problemas económicos originados en la caída del precio del barril de petróleo y fallas en los servicios básicos, que se sumaron a la ya crónica falta de alimentos y una desenfrenada inflación que deja al país sudamericano a las puertas de una recesión.

Tras años de una ola de estatizaciones de sectores estratégicos de la economía, el gobierno exhibió como resultado un Estado mucho más grande, con más de cien empresas, algunas padeciendo severas dificultades financieras, lo que según José Guerra, exgerente de estudios del Banco Central, le quitó inversiones a áreas prioritarias como educación, salud y seguridad. Ya en el 2009, la revista estadounidense Newsweek publicó que debido a la recesión, “el huracán Hugo y su intento de llevar a la región a un socialismo del siglo XXI se está desmoronando”, por los elevados gastos, una ‘desastrosa’ política de lucha contra la inflación, falta de inversión pública en carreteras o electricidad.

“A nivel internacional, mucha gente se empieza a dar cuenta de la verdadera naturaleza de Chávez, que no es un Robin Hood o un presidente de los pobres, sino una nueva forma de autoritarismo”, opinó la analista Maruja Tarre a fines del 2009.

La muerte del gobernante ha puesto en vilo y pone en duda la continuidad del proyecto socialista de Chávez, que quedaría en manos de su vicepresidente, Nicolás Maduro, a quien escogió como su sucesor, pero que también dependerá de si el chavismo continúa en el poder. Si se convoca a nuevos comicios presidenciales como lo dispone la Constitución y llega a ganar la oposición, férrea crítica del chavismo, el proyecto del socialismo del siglo XXI se enfrentaría a su ocaso.