Alessandra Fernández Reyes
Guayaquil.- Recuerdo de pequeña el juego de palabras del cuento del gallo pelón, que mi padre me contaba cada vez que me ponía insoportable, hasta el punto de cansarme e irme; pues más o menos eso es lo que siento cada vez que viajo a la península de Santa Elena, a Salinas, nombrado aún no sé por quién, el balneario número uno del país, y no es una ciudad en crecimiento.
Viví la mayor parte de mi infancia en el cantón hace ya mucho tiempo, y no ha cambiado en nada.
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Siguen las mismas calles asfaltadas, las principales, y el resto, bien gracias; mejor dicho bien llenas de polvo, “cráteres” (baches) roturas, etcétera. Hace como un año autoridades nos prometieron que nuestra área del barrio estaría con bordillos, aceras y calles asfaltadas.
La ingenuidad me hizo pensar que sucedería. Pero mes a mes que visitaba mi otrora cuna, me llevaba más decepciones por estar abandonada a su suerte.
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Las ciudadelas La Carolina, La Milina, Costa de Oro, etcétera, siguen siendo objeto del más terrible olvido. Calles no asfaltadas, carencia de seguridad, basura, por nombrar algunas de las cosas que afectan. Mi pregunta a las autoridades, porque creo que tengo derecho a hacerlo: pago los impuestos a regañadientes por el desgano que genera el estado de las calles, ¿hasta cuándo aguantamos vejaciones?, ¿acaso no tenemos el mismo derecho de los que viven en el malecón de Salinas?, ¿es que la fachada es lo único que importa?, ¿hasta cuándo le sigue viendo la cara a los aportantes al Municipio? Inicio de temporada playera, es inicio de abusos. No vivo los 365 días del año en Salinas, pero sí voy a visitarla por lo menos dos veces cada mes. Si pretenden vender la idea de “paraíso” a los extranjeros, primero cumplan con sus coterráneos.
Alessandra Fernández Reyes,
Guayaquil