El sentido rey, de los perros, es el olfato; se mueven dependiendo de su nariz. Si usted lanza una pelota a una piscina donde hay cien pelotas similares, el perro la identifica porque en ella quedó el olor del sudor de su mano.
El perro huele a 2 kilómetros de distancia (los que están entrenados, a 3 kilómetros). La superficie olfatoria de su nariz es de 150 centímetros cuadrados (la del hombre es de 5). Tiene entre 200 y 300 millones de receptores olfativos, el hombre 5 millones. Un gramo de droga en una caja metálica hermética dentro de una maleta será percibida por el perro por el olor que se filtra a través de los poros del metal. Pero como los perros capitalinos no habrían querido hacerse mala sangre con la Cancillería, peor con narcos, se hicieron los giles sin imaginar que un fiscal los iba a menospreciar acusándolos de no oler nada. Los italianos que han tenido canes “especiales” descubrieron los 40 kilos y condenaron a los culpables; acá hubieran esperado a que se fugaran para dictarles orden de prisión. Se nota animadversión contra los animales: al burro no lo dejaron que defendiera en la Asamblea, a la tortuga la hicieron “mula” para que cargara la droga, y al mejor amigo del hombre le diagnosticaron anosmia. Pero ya hay un culpable al que se le achacará todo. Ni más ni menos como lo que ocurrió con el avión que se estrelló con 300 pasajeros a bordo y después de un año de “investigaciones” culparon de todo a la “falla humana”, aprovechando de que se murió el piloto.
Carlos Mosquera Benalcázar,
doctor en Medicina, Quito
Publicidad