No deja de ser evidente la serie de contradicciones y paradojas que se da en la educación nacional.

Mientras las denuncias por consumo y comercialización de drogas en los colegios se multiplican, cada vez les resulta más difícil a las autoridades de dichos colegios controlar tal cosa porque los jóvenes, amparados en las leyes especialmente bajo el confuso concepto de “inclusión”, son prácticamente intocables.

Los inspectores no pueden revisar mochilas ni casilleros, peor a los mismos estudiantes, so pena de que los puedan denunciar por “invadir propiedad privada y atentar contra el buen nombre y reputación” de los alumnos.

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¿Cómo se pretende entonces controlar y eliminar la comercialización y el consumo de drogas en planteles educativos?

Por otro lado, y ya en el plano estrictamente académico, cada vez se dan más facilidades para que los alumnos que no se esfuerzan ni ponen interés en sus estudios pasen de año en año sin merecerlo.

¿Qué lección les estamos dando que no importa si se esfuerzan o no en la vida porque se les facilita demasiado las cosas?

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Lo absurdo es que con estas medidas de darles hasta cuatro o cinco oportunidades a los alumnos para que no se queden de año, se acostumbran a tantas facilidades hasta llegar al sexto curso (tercero de bachillerato); sin embargo, cuando se van a graduar vienen los famosos exámenes de aptitud de la Senescyt (Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación) en los cuales la mayoría fracasa y no puede ingresar a las universidades, o podrán hacerlo pero no en la profesión que ellos quieren seguir.

¿Tiene todo este proceso algún sentido o lógica?, ¿o acaso lo que se pretende es precisamente que gran cantidad de bachilleres fracasen para, con ese pretexto, intervenir hasta en la educación particular con determinadas consignas sociales y políticas?

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Carlos Idrovo Coppiano,
doctor, docente universitario, Guayaquil