Testimonio | Marcelo Cevallos Romero *
Cómo olvidar aquel 26 de agosto del 2001, día en el cual se jugaba un Clásico del Astillero en el Monumental. Mi papá tomó la mejor decisión, para mi beneficio, en su vida. Y esa fue llevarme al estadio. Pese a tener 6 años, tenía algo de conciencia de lo que era Barcelona, pero desde ese día mi cerebro sufrió una seria convulsión que hasta la fecha tiene explicación. Cómo no recordar con extrema alegría el gol del brasileño Flavio Barros, que nos terminó dando la victoria. Ese domingo pasé de ser un niño de 6 años a un barcelonista de 6 años. Han pasado más de once años y no puedo borrar de mi mente el instante en que vi por primera vez la cancha, esa sensación de no tener palabras y solo caminar y disfrutar, porque lo que veía significó para mí estar pisando el paraíso, el lugar soñado.
Comencé a ver todo de color amarillo, no podía evitar sonreír o inquietarme cada vez que escuchaba que alguien hablaba del Ídolo. Ir al estadio se convirtió en una exigencia a mis 7 años, saturaba a mi papá con preguntas como: ¿En 1985 quedamos campeones? ¿Quién tapaba en ese año? ¿Qué se siente ver a Barcelona campeón?, así todos los días fui comprendiendo en lo que me estaba metiendo, dándome cuenta de que este equipo no solo es un equipo de fútbol, es el modo de vida de la “mitad más uno”, y eso me hizo encariñarme de forma violenta con Barcelona, transformándose en el tema de conversación cotidiana en mi casa, donde todos somos del Ídolo.
Publicidad
Faltaba otra ocasión especial en mi vida siendo del “más grande”. Cuando cumplía 10 años, mi papá me hacía socio y fue otro punto de inflexión; pasé de ser un barcelonista de 10 años a un socio barcelonista. Ya formaba parte del equipo de todos menos unos cuantos y eso me hacía más que feliz.
Teniendo tan poca edad, existía gente que no comprendía mi pasión. En algunas oportunidades gente cercana trataba de “convencerme” de que ser barcelonista no era lo mejor, que no ganábamos nada desde hace mucho, que las deudas, demandas, etc. De nada sirvió, porque incluso vi cómo mi equipo estuvo a segundos de perder la categoría y lo único que pensaba en esos momentos era en lo agradecido que estaba con mis padres por heredarme algo que no cualquiera hereda: la sangre amarilla.
Lamentaba tener que esperar siete días para ver jugar a Barcelona. Cuando no iba al estadio, sentía una gran culpa; en ocasiones hasta me enfermé por tanta ansiedad. Lo más lindo es que no había vuelta atrás, se me pegó la amarilla. Pero aun así necesitaba ver a mi equipo campeón, precisaba dejar de vivir de otra época que ni siquiera recordaba. Presencié cómo festejaba el resto de equipos, siempre recordando a Barcelona. ¿Por qué? Es amado por la mayoría y odiado por el resto, todos quieren ganarle. Por eso es ídolo, por eso pudieron pasar más de 14 años, 5.421 días, 15 torneos y 659 partidos, y lo único que soñaba era ver una estrella más en el escudo de mi equipo. Porque ahora estoy viviendo la historia, las chilenas del Kitu, el 5-0, los goles de Nacho, la garra de los Oyola y las salvadas de Banguera.
Publicidad
Estos 14 años fueron la prueba más grande para demostrar que este equipo no necesita de algún título para atrapar el corazón de millones dentro y fuera de nuestro país, porque aprendimos a quererte sin pedir nada a cambio. Porque primero deja de brillar el sol antes de que pierdas el apelativo que el resto busca explicación: el de Ídolo. De mi parte solo resta decir, ¡vamos por la 15!
*17 años