¿Pudo haber convertido algún gol más Cristiano Ronaldo el domingo pasado...? Tal vez. Nunca lo sabremos. A los 2 minutos de juego del choque (pocas veces tan preciso el término) ante el Levante, el gran goleador recibió un codazo brutal de David Navarro que le partió una ceja y lo dejó maltrecho y turbado. Nadie espera una agresión tan vil. Sangró bastante Cristiano, lo atendieron los médicos y siguió jugando. Hasta marcó un gol casi sin ver, pero en el entretiempo, aún conmocionado por el terrible golpe, fue sustituido. Y se perdieron 45 minutos.
En cambio Navarro, apodado certeramente el Carnicero de Valencia, jugó como si nada todo el partido. Y cumplió su objetivo: sacarlo de la cancha. Luego dice lo habitual: “Fue una jugada fortuita, no quise lastimarlo”, le hace una llamadita por celular a Cristiano Ronaldo pidiendo disculpas y listo, el domingo sale de caza otra vez. Y a Cristiano Ronaldo no le cabe sino concederle el beneficio de la duda. Pero para quien mira el video no hay exoneración posible: fue directo a lastimarlo.
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Navarro es un profesional del golpe. Un martillo. Tiene una larga lista de episodios nefastos. A Figo casi le parte la pierna en la temporada 2003-2004 (se lo quería comer vivo el portugués). A Nicolás Burdisso, del Inter, le pegó una trompada en la nariz desde atrás mientras discutía con un compañero suyo del Valencia y le rompió el tabique. Una cobardía total. Ipso facto, 16 jugadores del Inter salieron a correrlo por todo el campo y el “valiente” Navarro dio toda una vuelta olímpica hasta que logró zambullirse por el túnel y escapar.
“Sentí un enorme pitido y desperté en un hospital de Valencia”, recuerda aún indignado Jesús Torres en una nota publicada ayer por el diario El País, de Madrid. Porque ahora empiezan a aparecer, como en el caso de los violadores, víctimas que no habían denunciado agresiones anteriores. Torres fue uno de los primeros damnificados del codo letal de Navarro. Jugaba en el Compostela. En un partido ante el Valencia “B” de la campaña 2001-2002, saltó a conectar un centro y Navarro le partió el pómulo, lo que le costó varios meses de inactividad. Seguramente, en cada partido ha hecho una salvajada, Navarro. Es un sistema. Y casi siempre queda impune.
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A Fernando Llorente, del Athletic Bilbao, le propinó otro codazo bestial el año pasado. Y lo que hizo con Messi fue terrorífico. Iban 11 segundos de juego de un partido Valencia-Barcelona. Leo estaba parado porque el balón rodaba en otra punta del campo; Navarro vino de atrás y le aplicó un pisotón en el talón. Por fortuna no lo lastimó. Messi meneaba la cabeza, no lo podía creer.
La filmación de varias de las agresiones de Navarro se pueden ver en http://canchallena.lanacion.com.ar/1525797-cr7-la-nueva-victima-de-david-navarro-el-carnicero-de-valencia. No hay casualidad: las agresiones de Navarro tienen como destinatario la figura estelar del rival. Y se dan en los primeros instantes del juego, o sea con fines claramente intimidatorios. Lleva once años en Primera, Navarro. Cuando haya finalizado su carrera dejará el hacha a un costado y revisará, satisfecho, su jugosa cuenta bancaria, ¿dos, tres millones de euros...?
Alguien tiene la culpa de eso. En realidad, el problema no es Navarro: son los árbitros. Ellos son los responsables de todos los Navarros que pululan por las canchas. Lo del domingo fue un facsímil de tantos partidos: el juez Muñiz Fernández ni siquiera amonestó al Carnicero de Valencia. No cobró falta. Un premio extraordinario por haber lastimado a un jugador que entra al campo únicamente a jugar fútbol y hacer goles. Muñiz Fernández está feliz. Él dirá, como es habitual, que no vio. ¿Nunca ven...?
¿Y la agremiación de futbolistas españoles...? Nada. Que sepamos, en un siglo de balompié nunca un gremio futbolero emitió algún comunicado condenando la brutalidad de un afiliado. En general, estas entidades están para enjuiciar a clubes que no pagan y hacer respetar a rajatabla el dinero de los jugadores.
Nosotros, en cambio, no tenemos nada que ver con los “códigos de los futbolistas”. Somos hinchas, podemos repudiarlo.