Sin temor a equivocarme, pienso que esta carta es la voz de muchos guayaquileños que deseamos rendirle homenaje al Ing. León Febres-Cordero donde y cuando lo deseemos. Si con ello no le hacemos daño a nadie, y peor aún al ornato de Guayaquil.

Cuando León, que así gustábamos llamarlo (lo conociéramos personalmente o no), terminó su periodo presidencial corría el año 1988. Guayaquil apestaba, la basura se apilaba en sus veredas, la tifoidea y el cólera eran enfermedades cotidianas. Los malos manejos municipales nos habían devastado.

León, que había ostentado la banda presidencial, escuchó el pedido de los guayaquileños y no se retiró a la vida privada. Antes bien, tuvo a gran honra contender para el cargo de alcalde de su patria chica.

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Encontró la ciudad inmersa en el caos y la mediocridad, por decir lo menos. Ojalá la Alcaldía pueda mostrarnos nuevamente imágenes de aquellos días, que hablan por mil palabras. Y fue él quien, en una lucha atroz contra la desidia, detuvo nuestra involución y Guayaquil recuperó su autoestima.

Creo que sin importar si hemos nacido en el Cañar, Manabí, Los Ríos, el cantón Durán o el de Guayaquil, y sobre todo sin que ninguna tendencia o ideología política nos separe en este asunto, queremos estar presentes el día y la hora que sean precisos para defender nuestro derecho a ser leales y gratos.

¡Cómo olvidar a quien nos sirvió tanto y tan bien! ¡Con qué conciencia podríamos seguir llamándonos guayaquileños! El general Alfaro, refiriéndose a los fanáticos políticos o religiosos, dijo: “Entre el patriotismo y el fanatismo hay la misma diferencia que entre la luz que vivifica y el rayo que extermina”.

Colombia Huerta Ortega
Guayaquil

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