“Consideren que no existo; que he muerto”. Es una frase dolorosa, se la digo a mis hijos y a mi mujer cuando me piden dinero para comprar algún alimento básico para sobrevivir.

Yo no aporto nada, soy improductivo porque no tengo trabajo. Muchos hogares viven lo mismo.

Se ha estigmatizado a los ciudadanos de edad adulta que por diferentes circunstancias, sea por liquidación, quiebra, malas inversiones, las empresas en las que trabajaron desaparecieron, o porque terminaron sus contratos se quedaron sin empleo y están en la desocupación, en la indefensión social y económica.

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Me refiero concretamente a las personas de 38..., 40 años de edad que pasan a ocupar las largas filas de los desempleados. Muchos con experiencia profesional y académica. Esto es una catástrofe social.

Se quiere mantener un tutelaje en la educación de los jóvenes, futuro de la patria, subestimando a sus padres que también fueron el futuro de la patria en su oportunidad y hoy, adultos, podrían costear esos gastos de sus hijos si tuvieran trabajo.

No podemos ser de oídos sordos y no dar como política de Estado solución a este problema social de la desocupación, que en forma galopante destruye familias, ya no solo por causa de la migración sino por la violencia intrafamiliar, más la caída de los valores morales, la autoestima, y con resultados, hasta suicidios, cuando no se puede sostener un hogar. Esto es como una bomba de tiempo de grandes proporciones.

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Aplaudo al vicepresidente de la República, Lenin Moreno, por preocuparse por los ciudadanos discapacitados y crear leyes que obligan a los empresarios a contratarlos; pero ¿por qué no hace lo mismo, en acto de estricta justicia, con los adultos y padres de los jóvenes futuro de la patria?

Es importante que algún candidato a la Asamblea Nacional atienda este problema social, para que se dé oportunidades de volver a trabajar a muchos: abogados, economistas, catedráticos, médicos, comunicadores sociales, secretarias, carpinteros, mecánicos, artesanos, etcétera.

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De esa manera habría concordancia con el derecho del buen vivir que nos señalan en el acápite del Sumak Kausay, de la Constitución de la República redactada en Montecristi, y asimismo miles de ciudadanos recuperarían su autoestima como lo dice la Biblia en el Eclesiastés 2-24: “No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre de su trabajo”.

Julio López Campoverde,
licenciado en Comunicación Social, Guayaquil