“Mi vida no es mía, que a Dios se la di, y donde Dios me mande allí quiero morir”. Esta es una de las frases de monseñor Alejandro Labaca. Era una premonición de que podía dejar su vida en la misión de evangelizar. El 21 de julio de 1987 fue lanceado con la hermana Inés Arango por los tagaeri, cuando intentaban acercarse a ellos.

El día 22, los pilotos del helicóptero de la compañía CGC, que en la víspera los había llevado a las orillas del río Tigüino, cerca de una choza tagaeri, los hallaron con 25 (él) y 17 (ella) lanzas clavadas en el cuerpo. Ambos eran religiosos capuchinos. Labaca era vasco y Arango, colombiana.

Enriqueta Fajardo tiene su casa frente a lo que era el helipuerto de donde salieron por última vez Labaca y Arango, en la comunidad Tiputini, a 50 km de Coca. Hoy, a sus 73 años, relata que los vio partir, y a monseñor lo cataloga como “amigo, voluntarioso y caritativo”.

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En Orellana, ellos son venerados. Una parroquia lleva el nombre de la monja; de él, la calle principal de Coca.