Yo tendría unos 9 años cuando me metieron preso la primera vez. Mucha gente debe recordar que Guayaquil era una ciudad tranquila, medio bucólica, con tráfico limitado, y los buses transitaban despacio y cómodamente. Los autos de alquiler estaban estacionados en diferentes y escogidos sitios de la ciudad y se los llamaba por teléfono, o uno se acercaba para una carrera.

Vivíamos en la calle 10 de Agosto entre Pedro Carbo y Chile, frente a la actual Biblioteca Municipal de la que mi abuelo Modesto Chávez Franco era el director. En esa calle jugábamos pelota de trapo los chiquilines del barrio. Una mañana, los policías municipales nos agarraron a mi primo Raúl y a mí en la calle, mientras los otros muchachitos corrían a sus casas. Nos llevaron detenidos a un retén en la calle Sucre con el consabido reto que “era peligroso jugar en la calle”.

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Llamaron a nuestro abuelo, y era gracioso verlo entrar al retén en busca de sus nietos y con la admonición de su parte para que nos portáramos mejor.

Pero aunque me dolía no jugar pelota de trapo en la calle entonces, nunca me volvieron a pillar en esos menesteres, hasta que llegó un día especial. Por esas mismas cuadras yo estaba mirando un partidazo de índor a todo mecate, cuando llegaron los de la Comisión de Tránsito y comenzó la redada sin agarrar a nadie. Entonces, medio burlados me vieron a mí paradito en el portal y cataplum anacobero, me llevaron detenido al cuartel de las calles Chile y Cuenca. Entonces tenía 16 años.

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Me encerraron en un calabozo. Me sentí humillado, dolido, angustiado e injustamente detenido porque ya no estaba jugando. Por esas casualidades del destino, por allí pasó el oficial de tránsito que fue gran basquetbolista del Oriente y la selección nacional Cuchivive Castillo. Le llamó la atención mi presencia, me reconoció, pagó la multa y salí libre del calabozo derechito a mi casa.

Por la hora que estuve preso me sentí muy mal. Ni siquiera puedo imaginarme lo que sufrieron los hinchas de Barcelona que estuvieron más de un mes y otros que fueron liberados anteriormente. Pero el asunto se presenta a reflexiones. Comprendí de niño que hay cosas que no puedo ni debo hacer porque hay una norma que se debe respetar, pero también sentí, aunque sea por un par de horas, lo que significa ser detenido en una cárcel sin ninguna responsabilidad.

No soy abogado para interpretar el tiempo burocrático que se toman para juzgar a nadie, pero sí resulta de sentido común, frente al hecho de los hinchas amarillos, reflexionar así: el lanzamiento de la piedra al policía Jefferson Burgos Bravo fue un acto vandálico que merece sanción, y no solamente sanción, sino también que sea ejemplar. En tanto, los hinchas deben dejarse de actuar virulentamente como si aquello fuera una solución a sus alegrías o penas deportivas. Ello debe erradicarse. Ha habido hasta muertes, hechos que nada tienen que ver con el deporte, una de las manifestaciones de la alegría de vivir.

Pero tampoco hay derecho de que hayan detenido días y semanas a aficionados que no son culpables de la pedrada que, según informaciones, fue el lanzamiento de una sola y no varias, la que impactó al policía; además, lanzada por una sola persona, lo que quiere decir que hay un culpable y los demás todos inicialmente inocentes. El culpable, ¿dónde está?

Insisto, estoy contra la agresión a la autoridad, pero también estoy a favor de que se castigue al culpable y, por lo tanto, si es uno solo, ¿por qué hubo tantos presos tanto tiempo?

Hay algo que también merece la atención: ¿es posible que este caso haya demorado tanto en ser resuelto y privar de la libertad a los inocentes? Ayer los liberaron y ahora se debe seguir con las investigaciones hasta dar con el responsable de semejante ataque al policía que cumplía con su obligación de mantener el orden.

Es una lástima todo aquello, pero también hay que solicitar a las barras o hinchas que dejen de jugar con fuego, porque a la larga salen mal parados. Y lo que es peor caen víctimas de la represión, gente inocente.

Para concluir, soy solidario con el policía agredido, pero también soy solidario con los inocentes de aquella trifulca.