Al mediodía de ayer, el silencio dominaba los alrededores de los edificios Riverfront I y II. Apenas se filtraban los gorjeos de unas aves invisibles desde las faldas del cerro Santa Ana y la brisa del río Guayas, atmósfera que configuraba el sitio perfecto para que uno que otro peatón solitario se siente en las bancas exteriores a reflexionar. A lo lejos, decenas de obreros parloteban en su hora de almuerzo.