Juan Bautista Pesántez Peñaranda, el agricultor que recibió el milagro que llevó a la beatificación de la hoy santa noboleña Narcisa de Jesús Martillo Morán, fue sepultado ayer en el Cementerio General de Guayaquil. Dejó de existir el pasado martes, por la tarde, 23 días después de haber sufrido un infarto cerebral en su domicilio de la 29 y Bolivia (suburbio de Guayaquil), donde vivía solo.
Su deceso se produjo en el hogar de las misioneras de la caridad Madre Teresa de Calcuta, en el Guasmo sur. Allí fue asilado hace una semana por las religiosas de la Unidad Educativa Bilingüe de la Inmaculada, luego de recibir el alta en el hospital Teodoro Maldonado Carbo, donde estuvo diez días, según la madre superiora María del Carmen Plaza.
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La Santa Sede aceptó la curación de un tumor maligno que tenía el azuayo en la frente, luego de haberse frotado con un algodón que había sido pasado en la cripta de Nobol, donde reposan los restos de la santa. El milagro ocurrido en 1967 fue analizado por los consultores médicos en 1991 y recibió el voto favorable de la Congregación Ordinaria de Cardenales y Obispos. La beatificación de Narcisa se dio el 25 de octubre de 1992 y Pesántez fue parte de la delegación ecuatoriana que viajó a Roma para presenciar la ceremonia oficiada por el papa Juan Pablo II.
En uno de los últimos diálogos con este Diario, Pesántez, quien desconocía sus orígenes familiares, pues a los nueve meses de vida había sido entregado a una familia en Gualaceo, Azuay, contó que desde que tenía 10 años fue a trabajar cargando banano en El Oro. Fue en uno de esos sitios, cuando un tallo de plátano le cayó en la frente. Eso dio origen a una bolita, a la que al principio no le dio importancia, pero que con el tiempo se convertiría en cáncer.
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Padecía en el hospital Luis Vernaza, después de que le habían realizado varias intervenciones quirúrgicas, cuando a esa casa de salud llegó un policía que custodiaba a otro paciente herido. Él le recomendó que se encomiende a Narcisa y le obsequió una estampa.
Tras reaccionar incrédulamente sobre la sugerencia del policía, Pesántez decía que soñó con Narcisa y luego fue a Nobol, donde le puso una velita y rezó. Después en otras citas médicas, lo enviaron a someterse a rayos X y se comprobó que se había curado.
Los restos del hombre que falleció a los 67 años recibieron sepultura en la bóveda 42992 de la puerta 12, a las 12:30. Hasta allí llegaron unas 30 personas, entre docentes y hermanas religiosas de la Inmaculada.
Fue en esta institución donde por más de 30 años Pesántez se desempeñó como auxiliar de servicio. Su principal actividad era la limpieza de la capilla de la institución donde anteriormente se celebraban bodas, recordó Eulalia Inca, docente de la Unidad Educativa.
Por las tardes, luego de sus tareas en el colegio, Juanito, como lo llamaban sus amigos cercanos, se trasladaba hasta el Barrio del Centenario, cerca al colegio, en el sur de Guayaquil, donde prestaba sus servicios en una vivienda. Todos los días se lo veía con su caminar lento por las calles del sector, paseando las mascotas o departiendo con sus conocidos.
Antes del sepelio, Juanito fue velado en la capilla del plantel, donde a las 10:00 el padre Alfredo Coba ofició una misa de cuerpo presente. En la ceremonia estuvo presente el vicerrector del Santuario Nacional Santa Narcisa de Jesús, padre Máximo Peso, maestros, trabajadores, alumnas y madres de familia de la Inmaculada.
Varios sacerdotes lamentaron el suceso. El arzobispo de Guayaquil, Antonio Arregui, dijo que Pesántez “fue una persona que recordaba el misterio de Dios y su presencia entre nosotros”. En tanto, el padre Stanley Henriques, rector del Santuario de Nobol, lo recordó como una persona sencilla.