AGENCIAS
TOKIO.- Un año después de que el terremoto de magnitud 9 desatara un gigantesco tsunami que barrió el noreste de Japón, dejó unas 20.000 víctimas, entre muertos y desaparecidos, y provocó la peor crisis nuclear desde Chernóbil, unos 326.000 japoneses siguen sin hogar, cientos de kilómetros de costa están desamparados, la reconstrucción avanza lenta y en las comunidades afectadas asoman nuevos problemas como el desempleo y la soledad.

Hay casi 335.000 personas desplazadas, la mayoría en casas de alquiler y viviendas temporales, y cerca de 700 se encuentran aún en centros de evacuación, de acuerdo con datos del gobierno japonés.

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Según la Cruz Roja japonesa, se ha perdido un año en reconstruir las áreas devastadas porque el gobierno central y autoridades locales no han logrado acordar un "plan maestro".

Representantes de la entidad sostienen que el lento ritmo de las labores ha intensificado el sufrimiento de las víctimas, y ha pedido que se aceleren los esfuerzos para que la región retome su actividad regular.

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Para rehabilitar las zonas afectadas, el gobierno ha aprobado cuatro presupuestos extraordinarios -el último el 10 de febrero pasado- por 249 mil millones de dólares.

A ello se suman donaciones a la Cruz Roja y otros organismos por unos $ 4.414 millones de las que, a mediados de enero, habían sido distribuidas entre los afectados el 80%, así como las ayudas de 124 países y una decena de organizaciones.

El tsunami, que se convirtió en la peor crisis que ha vivido el país después de la II Guerra Mundial, provocó pérdidas por más de 210.000 millones de dólares, según el Programa de Prevención de Desastres dirigido por Walhstrom.

En tanto, el recuerdo de la tragedia aún vive en la mente de miles de japoneses, especialmente de los 1.580 niños que perdieron a sus padres y que no han podido superar el siniestro, debido a la ansiedad causada por las casi 600 réplicas de más de 5 grados que se han presentado en los últimos 12 meses.

Numerosos sobrevivientes han caído en problemas como el alcoholismo y el juego. Los traumas psicológicos también han alcanzado a las fuerzas del orden, que sufren un estrés emocional prolongado que, según un estudio del diario Yomiuri, afecta al 47% de los policías de Miyagi, una de las ciudades más devastadas.

En las áreas costeras arrasadas, los evacuados se enfrentan a la soledad, la depresión y el desempleo ante el golpe que ha supuesto la paralización de la pesca, una de las principales industrias de la zona.

Tras el desastre natural, en provincias como Miyagi, más de 1.100 empresas cesaron sus actividades y otras tantas aún no saben cuál será el futuro de su negocio, según datos difundidos por el diario Mainichi.

Además, este mes cerca de 71.000 evacuados dejarán de percibir el subsidio extraordinario de desempleo asignado por el gobierno, según datos del Ministerio japonés de Salud y Trabajo.

Mientras tanto, los municipios no cejan en su empeño de buscar a los desaparecidos, como es el caso de Ishinomaki, de cerca de 164.000 habitantes que generó unos 6,2 millones de toneladas de escombros, el más afectado por la acumulación de residuos del tsunami. Ahí aún se drenan partes del río para hallar los cuerpos de los 70 alumnos de un colegio que fueron arrastrados por el agua.

El sismo y posterior tsunami destrozaron buena parte de la costa nororiental y dejaron a su paso 16 millones de toneladas de barro y 22 millones de toneladas de escombros, de las que aún quedan por retirar cerca de 6,6 millones. También destruyó miles de hectáreas de bosques que ahora añoran los pobladores y esperan recuperar.

Un año después, se ha limpiado casi por completo el lodo y escombros de la costa, transformada en un páramo desolador. Las líneas de tren están restauradas, las vías y autopistas reparadas, los aeropuertos han retomado su actividad y en los puertos varios muelles ya operan.

Entre los problemas causados por el tsunami están la fuga de radiación de la planta de energía nuclear Fukushima Dai-ichi, la que un año después ha bajado. El trabajo continúa hacia un cierre permanente, pero el gobierno de Japón declaró la planta estable en diciembre, preparando el escenario para la siguiente fase: descontaminar el área para que al menos algunos de los 100.000 evacuados puedan regresar.

Según los expertos al frente del proyecto financiado por el gobierno, el intento no tiene precedentes y no hay garantías de éxito. Incluso si tienen éxito, las autoridades están generando otro problema que aún no saben cómo van a resolver: dónde verter toda la tierra y el escombro radiactivos que se retira de las viviendas.

El gobierno ha asignado un presupuesto de $ 14.000 millones para las labores de limpieza que se extenderían hasta marzo del 2014, si bien la descontaminación tendrá que repetirse durante años o incluso décadas.

Junto a la unidad 3, donde están los mayores niveles exteriores de radiactividad de la planta, se construye una estructura que servirá en el futuro como base para los equipos que serán manejados vía control remoto.

Un muro de más de 14 metros levantado con sacos separa los edificios del mar, al que, pese a los esfuerzos para detener filtraciones radiactivas, en los últimos meses han ido a parar toneladas de agua contaminada.

Recientemente los trabajadores comenzaron a cubrir con cemento el lecho marino próximo a la central, para evitar que se propaguen elementos como el estroncio 90, un componente de los residuos nucleares más peligrosos que tiene una vida media de 29 años.

Pese a que los responsables hacen hincapié en que las filtraciones están controladas, la zona de exclusión de 20 kilómetros en torno a la central sigue siendo un territorio abandonado del que tuvieron que desplazarse 80.000 personas, que aún no tienen fecha de regreso.

Mientras tanto, en la planta de Fukushima no han frenado las exportaciones de tecnología atómica que, en pleno debate sobre sus propias centrales, busca tener presencia en los planes nucleares de países emergentes.

El recelo hacia la radiactividad en los alimentos y el ambiente ha crecido progresivamente en Japón, pese a que las autoridades han descartado que haya niveles importantes. La contaminación está presente en la carne vacuna, té, arroz y leche en polvo infantil, aunque las autoridades han descartado que los niveles detectados supongan un importante riesgo para la salud.

Debido a la desconfianza de los consumidores, el gobierno ha decidido que a partir del próximo mes habrá límites más estrictos para los alimentos.

El futuro parece incierto para miles de afectados, pero lo que sí es claro para muchos, que por temor a un nuevo tsunami ya no quieren volver a las zonas bajas donde vivían. Uno de ellos Takayuki Sato, de 71 años, quien perdió todo, ahora espera reubicarse en las zonas altas.