Ante todo soy madre. Por eso también quise salir del Ecuador. Uno de mis temores era que mis hijos estuvieran en el ojo del huracán, que los compañeros los señalaran y que empezaran a preguntar cosas que a la edad de ellos resultan muchas veces incomprensibles”. Lo dice Mónica Encalada Villamagua, la exjueza y ahora huésped de Bogotá, al explicar las razones que la llevaron a denunciar las presiones de los abogados del presidente ecuatoriano Rafael Correa, que afirma haber sufrido al atender el caso EL UNIVERSO.
Un extraño Día de los Enamorados fue lo último que vivió en su país. La doctora Encalada salió de Guayaquil con su esposo y sus dos hijos el 14 de febrero del 2012, pocas horas después de entregar en la oficina del fiscal del Guayas, Antonio Gagliardo, una declaración en la que describió un encuentro con el juez Juan Paredes, quien firmó la sentencia que condenó por injuria a Diario EL UNIVERSO como persona jurídica, a sus tres directivos y Emilio Palacio, exeditor de Opinión.
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Según el testimonio de Encalada, Paredes afirmó que el abogado del presidente Correa, Gutemberg Vera, “no duerme haciéndola (la sentencia), lleva dos semanas trabajando”, y que le pagaría 750 mil dólares al juez que la firmara.
Desde su llegada a Bogotá, Mónica Encalada y su familia permanecen escondidos y dice que amenazados. La única interrupción a su clandestinidad ocurrió el día que dio una rueda de prensa y esta entrevista. El jueves pasado habló ante más de treinta periodistas extranjeros para ampliar sus denuncias de irregularidades que rodearon ese caso. Ahí hizo pública su petición a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para que le emita medidas cautelares.
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“Mi hijo mayor, que tiene once años, estaba leyendo los comentarios en internet. Trato de mantenerlo alejado de eso, pero él mismo empieza a buscar. ‘Mira, mamá –me dijo–, aquí hay unos que dicen cosas buenas de ti’”, cuenta.
En efecto, comentarios como “Muy valiente Mónica Encalada”, “Mujer valerosa y decidida” y “Felicitaciones a Encalada” pululan en las redes sociales; pero también, por supuesto, se ha dicho lo contrario.
¿Qué dice el resto de gente? “Pues no se imaginan que pueda tener pruebas de lo que digo. Dicen que soy la típica jueza por la que hay que cambiar la justicia, porque en mi caso la corrupción está demostrada y que me vendo al mejor postor. ¡Pero si yo nunca fui corrupta! ¿Cómo pueden decir eso? Tengo 13 años en el libre ejercicio. Nunca he dejado de trabajar y estoy aquí por mis propios recursos”, agrega.
Ella despliega su currículum, unas treinta hojas anilladas, con el orgullo de un coleccionista numismático: “Tengo un diplomado en Derechos Humanos, otro en Derecho Constitucional y Penal”; entonces se le iluminan los ojos y acelera la voz: “¡Aquí, esta es mi pasión, el diplomado en Criminalística! Oiga, yo no puedo ver una película de terror porque quedo traumatizada, no puedo dormir, pero me encanta estudiar la escena de un crimen. Siempre ha sido mi sueño, imagínate, veía los muertos, analizaba la balística... nunca perdí ni un día de clase. Cuando estaba en primaria quería ser policía, jugaba a que cogía presos y soñaba con eso: castigar a quienes había que castigar”, relata.
“Esto de las pruebas es muy importante. No existe el crimen perfecto, solo existe una mala investigación. Este conocimiento de pruebas me permitió hacer de pequeños detalles grandes causas. Las pruebas técnicas son el testigo mudo. Si conoces de estos peritajes llegarás a saber la verdad”.
Si para ella los peritajes son así de importantes, ¿por qué mientras fue juez temporal del caso contra Diario EL UNIVERSO negó el peritaje lingüístico para determinar el sentido del último párrafo de la columna de Emilio Palacio, ‘No a las mentiras’?
“Yo llegué a este caso en el momento en que las papas arden, cuando el juez decide qué vale y qué no vale. Una prueba crucial para ellos (defensa de EL UNIVERSO) era la del peritaje de lingüística. La negué porque los peritos solo se pueden ordenar si el Consejo de la Judicatura los tiene, y en este no había lingüistas. Por otro lado, si ponía o no ponía a un perito particular para hacer el examen, no iba a cambiar la decisión del juez, porque era este el que tenía que hacer su propio juicio de si había o no una calumnia”, responde.
Por episodios como este algunos asumieron que la jueza temporal Encalada estaba parcializada a favor del demandante. Uno de ellos, cree ella, pudo ser el mismo Correa:
“Cuando hice mi primera providencia, Gutemberg Vera me dijo que Correa me manda a felicitar. Que tengo los pantalones bien puestos y que ya contaba con el respaldo de ellos, la protección de ellos y con estabilidad laboral. Los abogados del presidente Correa me llamaban con frecuencia para averiguar por el juicio y para indicarme que debía realizar la audiencia, a pesar de que yo tenía una recusación. El afán de ellos era porque el juez titular estaba en contra de la demanda y querían que se emitiera la sentencia antes de que él retomara el juicio. Antes de yo tratar con los abogados del presidente nunca como jueza había recibido presiones. Ni de grupos económicos ni políticos, ni de individuos”.
El 8 de agosto del 2011, Encalada realizó su última intervención como jueza. Asegura que no tiene amigos en el Consejo de la Judicatura. De hecho, después de este juicio, dice que tiene pocos amigos. Y el Diario mantiene vigente una demanda por prevaricato en su contra.
“Los de EL UNIVERSO me dieron palo, me atacaron, me fulminaron. Decían que yo había negado muchas pruebas. Me trataban como la mágica, la divina que favoreció siempre a Correa. A mí me recusaron, pero hubo una falta de conocimiento por parte del rotativo. Ellos no tuvieron una defensa muy fuerte. EL UNIVERSO pensaba que cada juez que llegaba tenía intereses y por eso los recusaba, pero su parte probatoria era débil”, comenta la exjueza.
Poco antes de salir a enfrentar al enjambre de cámaras, luces y periodistas reunido para escuchar las denuncias que habrían de revelar el oscuro tejido de presiones que antecedieron a la sentencia contra Diario EL UNIVERSO, sus directores y Emilio Palacio, ella me pregunta: “¿Cree que el Gobierno ha enviado espías?”.
Nadie le pareció sospechoso, aunque el trabajo de los espías es no parecerlo.
Igual, la tormenta se desencadenó sin interrupciones y las denuncias que lanzó Mónica Encalada ese día llegaron a oídos del mundo entero.
“Doctora, ¿usted fue sobornada por EL UNIVERSO para hacer estas denuncias?”, le preguntó una periodista.
“Gracias por hacer esa pregunta. Los abogados del presidente Correa han indicado que yo me he corrompido por esta situación. Me sorprende semejante aberración. Él (Gutemberg Vera) mejor que nadie conoce de mi actitud vertical y transparente, pues le recuerdo al abogado Vera que en algún momento él me hizo un ofrecimiento de 3.000 dólares mensuales, a lo cual dije que iba a hacer oídos sordos, porque eso me ofendía”, fue su respuesta.
Según Encalada, no fue el único ofrecimiento que le hicieron los abogados de Rafael Correa. También un empleo estable como juez titular.
Repitió que se había reunido con el juez Juan Paredes luego de la audiencia del 19 de julio del 2011, y que el juez le había manifestado que se sentía muy incómodo con esta situación y que ello se debía a los Vera, los abogados de la parte demandante, Rafael Correa:
“Se abrió una investigación (caso Chucky Seven) contra el juez que emitió la sentencia (Juan Paredes) y este, al rendir su versión, alegó que gracias a un dispositivo de mi propiedad pudo elaborar dicha sentencia, lo cual es absolutamente falso. Lo visité en el tribunal en el que actualmente labora y nos reunimos en la sala de audiencia del mismo tribunal. Me dijo estar molesto con la actitud de la defensa del presidente Correa, que hasta la presente fecha no había hecho nada por presionar al fiscal para que archive tanto la indagación en su contra como la mía, porque ellos fueron los que lo habían metido en este lío. Invito públicamente al juez Juan Paredes a que me diga si me ha dicho o no me ha dicho cómo se efectuó esa audiencia”.
Luego el as bajo la manga:
“Anticipo que tengo pruebas irrefutables y técnicas que podrán demostrar que lo que digo no es más que la verdad”.
“¿Cuáles pruebas?”, preguntaron los periodistas.
“Las haré públicas a su debido tiempo”.
Una vez terminada la rueda de prensa, dice que debe volver a su escondite. Saldría de Colombia y probablemente no la vería de nuevo. Su destino era secreto.
“¿Ha oído qué han dicho de mí? Y Correa, ¿qué ha dicho?”.
“Nada hasta ahora” (jueves 23 de febrero, mediodía).
“Mejor... aunque habrá que esperar a la sabatina (ayer tampoco la mencionó en su enlace ciudadano). Me debe estar odiando”, reflexionó mientras revisaba la internet.
“Quisiera saber qué es lo que actualmente está pasando por la mente del presidente Correa. Si definitivamente mis palabras le han llegado, porque he hablado con el corazón. Si va a quitarse la venda de los ojos y darle una patada y sacar a Gutemberg Vera”, insiste.
“Pero, ¿cuál venda, doctora Encalada? ¿Acaso usted cree que el presidente Correa no estaba al tanto de todo esto?”.
“Pienso que él no ha conocido bien cómo se ha desarrollado este proceso. Pienso que él se dejó llevar y escuchó solamente a su defensa. No se dejó asesorar por otras personas que estuvieron cerca de él y que le quisieron abrir los ojos. Es que los abogados Vera son personas encantadoras, tienen una labia impresionante y convencen al que sea de lo que sea. Me parece ilógico que el presidente, conociendo esto, lo hubiera permitido. Creo, en lo personal, que desconocía de esto”, responde Encalada.
Termina el diálogo y la exjueza Mónica Encalada me deja una sensación de que guarda una dosis de ingenuidad, que espero no la perjudique en este momento, cuando al parecer el Gobierno ha comenzado a montarle una campaña de desprestigio y la sospecha de que enviarían espías para rastrearla en Bogotá.
Aunque ella en el fondo siente un alivio:
“Pero me siento muy tranquila. Definitivamente tenía que desenmascarar esta situación. Siempre les he inculcado a mis hijos que la verdad los hará libres. Hoy me siento libre”.