En estos días ha aumentado la mendicidad. Es común ver en las calles a niños y niñas pidiendo dinero, a madres adolescentes con bebés en brazos y algunos ancianos.
Es cierto que la pobreza, unida al despliegue publicitario, agudiza el deseo de tener cosas y la necesidad de conseguir dinero para obtenerlas, pero también hay casos en que los niños son utilizados por sus padres o, lo que es peor, por mafias que los obligan a mendigar y a lograr un monto diario obligatorio, bajo amenaza de castigo.
Hay comunidades, sobre todo en la zona rural donde la pobreza es mayor, en que el delito de trata de niños es frecuente. Muchos de ellos son utilizados para la mendicidad como forma de vida de quienes los manejan.
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Hay algunas iniciativas gubernamentales para combatir la mendicidad, pero las principales deben destinarse a enfrentar las causas en las comunidades de las que procede la mayoría de los mendigos.
Pero todos debemos colaborar para erradicarla y encauzar nuestra solidaridad directamente hacia los beneficiarios o a instituciones cuya seriedad conocemos.