Me permito compartir con ustedes, y con este importantísimo medio de comunicación, la vivencia de mi secuestro express el miércoles 9 de noviembre, al retornar desde Quito por vía aérea y tomar un taxi en el aeropuerto José Joaquín de Olmedo de Guayaquil.
Sí, fui secuestrada por tres individuos cuando retornaba a mi hogar luego de una jornada de trabajo, y tomé un taxi en plena avenida Francisco de Orellana. Nada de esto es nuevo ni extraño para los ecuatorianos, sin embargo, afrontarlo significa llenarnos de más ganas de vivir; y solo el amor a la vida, a la familia, a los amigos, al trabajo productivo y a las metas por cumplir hacen que la serenidad sea nuestra compañera en el momento de sufrir un suceso delincuencial. Son varias las formas de asaltos que atravesamos los ecuatorianos y del terror que sentimos, y nos hace pensar que hasta las nuevas legislaciones que empiezan a formar parte del ordenamiento jurídico también son de terror; penas leves, exculpaciones, proyectos de indultos a bandas delictivas son temas de discusión ahora. ¿Es un retroceder al desarrollo de seguridad ciudadana o una indolencia por la vida de los ecuatorianos? La respuesta la tenemos los ecuatorianos; nosotros no solo debemos ser guardianes de nuestras vidas sino conductores de una sociedad más segura en todo, no solo en las calles, sino en el desarrollo y crecimiento en todos los órdenes del Ecuador.
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La ciudad cambió, se transformó urbanísticamente, sin embargo, es insegura, de riesgos, por la acción de la delincuencia que simplemente actúa. Este mal, que no es nuevo, creció, se innovó con actores jóvenes, casi niños. Estos protagonistas sin futuro, llenos de desvaríos, confusiones, han sitiado a Guayaquil y a todo nuestro país; estoy segura de que actúan organizadamente, planifican el cómo, el dónde y a quiénes asaltar. Nosotros, los ciudadanos laboriosos, somos sus víctimas y las mujeres, sus mejores víctimas. Cómo no serlo si estamos indefensas ante la vulgaridad de sus apetitos carnales, sus vocabularios ensordecedores. Qué maravilla sería si en Guayaquil y demás partes del Ecuador los índices de violencia ciudadana bajaran, no crecieran galopantes; nuestras principales autoridades políticas y policiales presentaran resultados diferentes a los de los medios de comunicación; nuestros hijos caminaran más seguros por cualquier calle, sin temor. Los ecuatorianos estamos convertidos en rehenes, secuestrados, inmovilizados por la delincuencia. La tarea debe ser urgente de todas las autoridades para extirpar la plaga delictiva que nos azota. Guayaquil y el Ecuador deben ser protagonistas de una realidad diferente que haga enorgullecernos y ser felices.
Ivonne Núñez Figueroa,
abogada, Guayaquil