Caminaba por las hermosas playas de la vía a Data y vi a unas 20 personas gritando a la orilla del mar. A unos 20 metros adentro se veía la cabeza de una niña que luchaba desesperadamente por mantenerse a flote.

No sé cuánto tiempo llevaba la gente gritando, pero nadie se metía a ayudar a la niña. Pregunté por qué no trataban de salvarla y me dijeron que no sabían nadar. Le arranché una tabla pequeña a un niño y sin dudarlo un segundo entré al mar. Al llegar adonde estaba la pequeña, vi que luchaba por su vida, pero me impresioné cuando ella casi sin aliento y haciendo uso de una fuerza sobrenatural sacó a su hermanito que lo tenía agarrado de una mano; cogí al chiquito y trate de sacarlos, ellos no podían más. Logré con una ola llegar a un lugar donde tocaba piso y ahí sentí que alguien me vino a ayudar y cogió al niño, mientras yo colocaba a la niña en la tablita. Antes de meterme al agua yo había dado mi celular para que llamaran al 102, pero aún no había ninguna ayuda. Cuando llegamos a la playa, toda la gente se puso alrededor del niño sacudiéndolo, nadie sabía qué hacer. Le dimos respiración boca a boca y un buen hombre puso su carro a la orden para trasladarlo al hospital; lo llevaron en muy mal estado, pero respirando fatigosamente y con pulso débil. Yo seguí consternado caminando por la playa y 10 minutos después llegaron tres cuadrones de la Policía con cuatro salvavidas, les expliqué lo que había pasado y aunque los gendarmes y salvavidas reaccionaron con muy buena intención, al llegar al Hospital de Playas el niño ya había fallecido. Fui testigo y lo puedo decir delante de cualquier autoridad que ese niño todavía tenía pulso; la tía que estaba afuera del hospital, me aseguró que cuando el pequeño llegó a emergencia no había oxígeno, aunque se le hicieron todos los procedimientos posibles para salvarlo. Este relato (ocurrió el domingo 24 de abril del presente año) lo hago solo para llamar la atención de las autoridades responsables de la seguridad de los bañistas. De Playas a Posorja hay 14 kilómetros de playas en su totalidad visitadas por turistas todo el año, que no saben de los peligros que en un mar que no es tranquilo. En 14 kilómetros de playa se puede poner cada dos kilómetros una torre de salvavidas con dos personas, un largavistas y un medio de comunicación; por más buena voluntad que tengan los policías y salvavidas si no se detecta a una persona en el momento que hay el problema será difícil salvarla. Con una torre bien identificada y gente entrenada, se pueden salvar muchas vidas. Se pueden entregar folletos con explicaciones de qué hacer y cómo reaccionar ante una corriente, y cuando saquen a alguien del agua con problemas, la gente podría saber aplicar los primeros auxilios hasta que lleguen los paramédicos.

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Esta carta es para llamar la atención de las autoridades y que no quede así la muerte de este niño de 10 años y el esfuerzo heroico y conmovedor de su hermanita, quien a pesar de que ella se estaba ahogando, lo sostenía. Por ellos y por tantas personas que han muerto en esas playas, ¡hagamos algo! Las autoridades tendrán el apoyo de todos, no es una inversión altísima y se debe organizar a los salvavidas con equipos e implementos útiles, ellos tienen toda la buena voluntad.

Espero de corazón que después de este triste suceso se tomen medidas. Por mi parte, como alguien que ama al balneario de Playas y tiene hijos y sobrinos, haré seguimiento de que se tomen las medidas necesarias para que esto no vuelva a ocurrir.

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Pablo Weber Suárez,
Guayaquil