Desde hace mucho tiempo que Giussepe Cavanna, el propulsor y líder de la barra emelecista Boca del Pozo, me invitaba incluso con una visita, a mí, una y otra vez al museo que su gallada hizo en el estadio Capwell, debajo de las graderías de la avenida Quito.
El fin de semana anterior me di tiempo. Me pidió que fuese a las 11:30, antes del juego contra Liga de Quito, que comenzaba a las 15:30. Allí estuve puntual. Giussepe me hizo caminar por la cancha y entrar por el túnel de las tribunas de Quito y General Gómez. Subí a paso de tortuga por mi cojera, y en el segundo descanso mis ojos se abrieron desmesuradamente.
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No podía imaginarme, ni siquiera en sueños, encontrarme con una pintura en un enorme mural con varios de los más destacados futbolistas y goleadores azules de toda la historia del equipo, perfectamente identificados. En los tres espacios, tipo salones, bajo las graderías, comenzaron con temáticas sobre George Capwell: la inauguración e historia del estadio y del gringo guayaquileño, como se lo conocía.
Pregunte usted por cualquier jugador de la historia del equipo de fútbol y allí estará. Hay nombres de los que las generaciones actuales no tienen ni la menor idea, no saben que contribuyeron con la grandeza de las alineaciones eléctricas.
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¿Un arquero? Varios. Como Félix Tarzán Torres, Ramón Mageregger y 20 más. ¿Defensas?: Eladio Leiss y Jorge Chompi Henríquez y 100 más. ¿Los volantes? Ricardo Chinche Rivero, Moscovita Álvarez, Luis Capurro y 200 más. ¿Delanteros? Comenzando por los cinco Reyes Magos y 200 más. Están todos y muchos más dando la impresión de ser recientemente fotografiados.
¿Quieren explicaciones de cada foto y pósters? Que se las ingenie la Boca del Pozo.
Por acá se destacan los diez títulos nacionales, todas las camisetas que usó Emelec, todas las enormes fotos de cada año; todos los goleadores, directivos y presidentes del club; recuerdos de los viajes que ha hecho el conjunto por América, así como representantes de la Boca del Pozo fotografiados en esas mismas ciudades y canchas, como en Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay, Perú, Colombia, Venezuela, Bolivia y siga subiendo por América Central y Norteamérica.
En un frontón se destaca a uno de los emelecistas más emblemáticos: Julio Jaramillo, vestido con su equipo azul. No solo aquello, la Boca del Pozo tiene conexiones con Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Miami, Buenos Aires; en Italia, España y Francia.
En nuestro país tenemos miembros de la cofradía azul que son quiteños, ibarreños, ambateños, latacungueños. De La Maná, Manta, Quevedo, Portoviejo, Jipijapa, Machala, Arenillas, Milagro, Esmeraldas, Santa Rosa, El Guabo, Huaquillas, Calceta, Chone, Salinas, Progreso, Santa Elena, Cuenca, Azogues, más y más.
La Boca del Pozo tiene correligionarios en 17 sectores en la ciudad perfectamente identificables como El Cerro, Anarquía, Goyena, Comando, Rebelión, Durán 14, Rollings, Apocalipsis, Batallón, La Pradera, La norte, La 43, Mapasingue, Banda Ploma, Callejón, Mafia Sur y siga contando.
Mientras veía las fotos, murales, alegorías, informaciones históricas, recuerdos, decenas de hombres y mujeres desfilaban silenciosos y reverentes por esas tres aulas. Lo hacían camino a sus asientos, sin siquiera levantar un dedo para travesear en esos laberintos del pasado que son respetados sacrosantamente, sin deteriorarse en lo más mínimo.
El fútbol, el deporte, tiene esos altares de devoción donde das amor sin pedir más que momentos de entrega, técnica y coraje. ¿Puede algún psicólogo explicar esa religiosidad sin condiciones? Yo me preguntaba, ¿ese museo que embarga a los azules de respeto no debería ser visitado? Sí, me contestó Giuseppe, pero ¿cómo contribuir para mejorar y hacer más grande este museo popular?
Porque debe quedar claro una cosa: el club va a surgir cada día más, sus deportes también y la hinchada será feliz. ¿Entonces? Mis modestas y personales felicitaciones a la hinchada de la Boca del Pozo. Se han anotado un porotazo.
Una idea: ¿por qué en las tribunas de la calle Pío Montúfar no se hace otra gran barra?