El actual periodo lectivo ha traído contratiempos en la educación nocturna, por el hecho de considerársela como un sistema de educación regular, cuando no lo es. La educación nocturna fue creada para servir a las personas que no pueden acceder a una educación diurna, sea por problemas económicos, porque trabajan, etcétera.
Las edades de los estudiantes nocturnos van desde los 16 a los 60 años. Existen casos de familias enteras que acceden a la educación nocturna, o de madres solteras que acuden con sus niños de pecho a recibir conocimientos, porque no quieren ser carga para sus parientes ni para el Estado; saben que de no hacerlo estarán a expensas a algún bono estatal. El alumno nocturno generalmente trabaja como operario de algún oficio, informal, dependiente, quehaceres domésticos..., y después de un día agotador se dirige a su centro educativo; muchas veces en el baño de este se cambia recién su uniforme. No hay alumno nocturno que no haya sido asaltado por delincuentes. Por sus labores es casi imposible que pueda asistir a clases los sábados en la tarde, como ahora lo exigen las nuevas normas educativas; la mayoría manifiesta que abandonará sus estudios porque les es más importante trabajar que estudiar; ellos mantienen a sus familias.
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La nueva jornada nocturna que se ha dispuesto se inicia a la 18:00. La sabia legislación ecuatoriana considera que una hora en la jornada nocturna equivale a 1,25 de una hora de la jornada diurna; fácil es calcular que 5 horas dedicadas al estudio en la jornada nocturna equivaldría el esfuerzo físico e intelectual de 6,25 horas de la jornada diurna; sin considerar que el alumno viene de cumplir un trabajo. En cuanto al sábado, el reglamento de la nueva Ley de Educación dice que los profesores laborarán 40 horas semanales, distribuidas de lunes a viernes; entonces, ¿cuál es el objeto de laborar los sábados?, a sabiendas que el trabajo de ese día equivale o tiene un recargo del 100% respecto a un día ordinario de labores, y para los alumnos es el día de mayor actividad laboral. Es necesario que las autoridades enmienden esta disposición.
Miguel Alberto Rodríguez Orrego,
doctor, Guayaquil