¡Qué tema el del campeonato español! Se lo vende como “la mejor liga del mundo”. Y evidentemente tiene los dos equipos de mayor atractivo del planeta. Sin embargo, para muchos “es una liga de cartón”. ¿Cómo puede ser que el primero le lleve 40 puntos al tercero cuando faltan tantas fechas?, preguntan los lectores.
Habría que dividir el tópico en dos: de un lado, el indiscutible poderío y magnetismo del Barcelona y Real Madrid, en la cima del universo futbolero. Del otro, tanto potencial en ellos establece una diferencia inalcanzable para el resto y afea la competencia. También esto es indudable. Se juega a ver quién gana entre ambos.
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De cualquier modo, si se pusiera al Barça y al Real en los torneos de Italia, de Alemania, de Francia (quién sabe de Inglaterra), lo más factible sería que también lideraran la tabla y se repartieran la torta. Tienen más que todos.
“El Barça es un producto acabado, al Madrid le falta mucho para serlo”, había dicho José Mourinho tras la memorable tunda de 5-0 que sufrieron los merengues en el Camp Nou el pasado 29 de noviembre. Entonces sonó a excusa pueril, hoy debemos darle en cierta medida la derecha al entrenador portugués: casi cuatro meses después, este es otro Madrid, más eficiente, granítico, con mayor confiabilidad y, especialmente, con una mentalidad positiva, ganadora, sin conflictos internos. Agrandado en el buen sentido. No muestra un gran volumen de juego, carece de brillo, pero jugando así el derbi frente a los de Guardiola en el Santiago Bernabéu promete ser diferente del 5-0. Mucho.
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Esta es una versión más áspera y veloz, que defiende con ardor. Y más que la liga, se juega el orgullo frente a los catalanes. El 16 de abril va a dejar la piel. Igual, dependió demasiado del fabuloso Iker Casillas para llevarse los 3 puntos del río Manzanares.
Sabía que este fin de semana podía despedirse de la liga. El Barça afrontaba un sencillo lance de local ante el Getafe (que resolvió casi burocráticamente), en tanto el club de Bernabéu acometía lo que se supone una siempre riesgosa misión: visitar al Atlético de Madrid, su otrora gran rival histórico. Utilizamos otrora –tiempo pretérito– porque un mal día, no sabríamos precisar cuándo (acaso con la muerte de Vicente Calderón, su inigualado presidente), el Atlético de Madrid, un club maravilloso, querible y con una afición fantástica, decidió convertirse en cuadro chico.
Comenzó a caminar torcido, a comprar mal y vender peor, entró en una zona de turbulencia que lleva décadas y de aquel equipo fiero e indomable pasó a ser un manso amigo de la derrota. Todos los clubes atraviesan años negros, pasa que los del Aleti ya son demasiados.
“Nuestro gran rival de aquellos tiempos no era el Barcelona, sino el Atlético de Madrid, ese era el clásico bravo, eran unos partidos terribles y nos hacían mucha fuerza”, recuerda Alfredo Di Stéfano.
Pero este otro Atlético, sumamente dócil, a los 10 minutos ya perdía, en su casa. Y era justo: el Madrid le había llegado a fondo tres veces. Una espléndida habilitación del alemán Khedira a Benzema la terminó el francés en la red, como lo viene haciendo en los últimos partidos. Nadie creía en Benzema, ¿por qué? Siempre ha mostrado ser buen jugador y, especialmente, letal definidor. Sin Higuaín y sin otras opciones, le dieron continuidad, se le abrió el arco y está filoso, implacable.
El Atlético, como es costumbre en los últimos tiempos, era su público y el Kun Agüero. Poco para la maquinaria defensiva que supone todo equipo de Mourinho. En el Madrid defienden Lass, Khedira y Xabi Alonso en el medio. Y si el rival quiebra esa línea, aún quedan los cuatro del fondo, veloces, fuertes, enérgicos. Y con una gran malicia.
Son insoportables los cuatro: Sergio Ramos, Pepe, Carvalho y Marcelo. Juegan al límite del reglamento (y un poco más), van con todo, matonean, manotean, empujan, se trenzan, se quejan… Luego terminan los cuatro con una benigna amarillista, producto de la habitual cobardía de los jueces. Aunque debemos reconocer que no es fácil echarle un jugador al Real Madrid en España; después hay que seguir viviendo allí.
El Atlético de Madrid es un plantel lleno de buenos jugadores sin una línea de juego visible. Quique Sánchez Flores ha logrado el año anterior ganar la Europa League. También llegó a la final de la Copa del Rey, aunque nunca dio la medida de un equipo maduro, confiable, vencedor. Tener a Agüero, Forlán, el arquerito De Gea, Godín, Reyes, el zaguero Domínguez supone conseguir algo mejor que 12 derrotas en 29 partidos. Y aunque fue al frente una y otra vez, no tuvo la fiereza indispensable para someter al cuadro blanco. Perdió por costumbre, parece un equipo que se tranquiliza cuando ya está 1-0 abajo. Ahí empieza a jugar.
Párrafo para Forlán: a miles de kilómetros de distancia del futbolista que encantó en el Mundial, su Balón de oro parece lejano, aunque no ha cumplido el año. Ha perdido la frescura física. Ni juega ni golea. Solo le quedó al Aleti la bandera de Agüero, un crack solitario. Demasiado poco para este Madrid que ya le gana con la camiseta (lo despachó en los últimos cuatro enfrentamientos).
Y mención final para Iker Casillas, de quien alguna vez nos atrevimos a preguntar si no era el mejor arquero de la historia. ¿No lo es…?