Simón Pachano
Muchas facetas tiene la revolución que posiblemente termine con el régimen de Gadafi. Sus motivaciones van desde la búsqueda de libertades hasta el rechazo a la corrupción, pasando por reivindicaciones tribales y por afanes de modernización de una población que intencionalmente ha sido mantenida en una condición propia de la edad media. No se pueden dejar de lado los intereses externos que siguen al día los movimientos del mercado petrolero, pero de lo que se ha visto hasta ahora estos no ocupan un lugar destacado en el desarrollo de los hechos. En realidad, las causas profundas están dentro de Libia y no hay que salir a buscarlas en la geografía mundial. Quizás la explicación se resume en el fracaso de la yamahiriya, la particular organización política con que el líder libio quiso superar a la democracia liberal y a las versiones obsoletas del socialismo real.
Situado en el mundo de las dos potencias, inicialmente Gadafi se acercó al bloque soviético, aunque siempre conservó una distancia que le permitió gozar de un margen de autonomía. A partir de la caída del Muro, ya sin la obligación de alinearse perfeccionó su modelo que, en términos generales, venía a sumar una propuesta más a las muchas que trataban de establecer una tercera vía entre el capitalismo y el socialismo. Tito, Perón y Nasser habían hecho sus respectivos experimentos en ese sentido, pero Gadafi quiso ir más allá y buscó transformarse en el referente central de la revolución mundial. Así, Libia se convirtió en la Meca de cuanto grupo insurgente aparecía en África, América Latina y Asia.
Pero, convencido del papel protagónico que le tenía reservado la historia, no agotó sus esfuerzos en el entrenamiento militar de esos grupos, sino que desarrolló él mismo acciones directas en diversos países. Su responsabilidad en varios actos terroristas le valió la condena de los países occidentales que, sin embargo, aceptaron fácilmente el acto de contrición del líder libio después del ataque del 11 de septiembre. El volumen de su petróleo y el distanciamiento con Al Qaeda fueron determinantes para ese cambio. Esto que hizo que dirigentes de las más variadas tendencias, especialmente de la ultraderecha (como Berlusconi o Aznar), no perdieran oportunidad para reunirse y fotografiarse frecuentemente con el personaje que vestía extrañas túnicas diseñadas en Italia o casacas con charreteras al más puro estilo de los Beatles.
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Mientras tanto, puertas adentro Gadafi desarrolló su yamahiriya que, a fin de cuentas, se demostró como una más de las múltiples formas de autoritarismo. Nunca fue, como se nos dijo acá, una forma de democracia participativa o una manera que correspondía a la cultura de ese pueblo. El encantamiento momentáneo con los espejismos del desierto puede haber producido ese efecto en el ilustre visitante que en un sábado del 2008 relató su fascinante encuentro con el ya mitológico personaje. El pueblo libio, el mismo que supuestamente constituía la base de la yamahiriya, se está encargando de demostrar su fracaso y el error de quienes creyeron que se trataba de un modelo alternativo.