El viernes de la semana anterior, pasadas las ocho de la noche, me encontraba conduciendo en la nueva carretera de la vía a Playas, la que es casi una maravilla; había poco tráfico y yo viajaba a la máxima velocidad permitida.
Todo iba bien, pero de pronto vi que el conductor del carro que iba delante del mío disminuía la velocidad, ambos íbamos por la derecha, así que yo solté el acelerador –por precaución– y me cambié de carril dispuesto a rebasarlo; entonces alcancé a divisar un rompevelocidades (conocidos como “policías acostados” o “chirimoyas”), como era de noche y no había ninguna señal previa que lo advirtiese por más que frené, no pude evitar que mi carro se sacudiera con fuerza, y mis hijos que iban dormidos se despertaron llorando; por suerte ellos iban en sus asientos de niños con sus cinturones respectivos, mi madre, que también iba atrás, casi sufre un colapso nervioso y del susto esa noche no durmió bien. ¿A quién se le ocurrió poner un rompevelocidades en el medio de la nada?, ¿en qué estaban pensando? Este peligro está a la altura de San Antonio, pero esa vía de la carretera (la de ida) no pasa por San Antonio, y ni siquiera hay luces de alumbrado público. ¿Y si hubiera venido otro carro atrás mío?, ¿y si mis hijos no hubieran viajado con sus asientos especiales y sus cinturones (soy uno de los pocos que los utilizan)?, ¿y si mi esposa hubiera llevado un niño de brazos con ella?
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Ese rompevelocidades es un absurdo, ¡por favor, sáquenlo para que entonces sí la carretera sea una maravilla completa, o al menos pongan suficientes advertencias para evitarnos una desgracia!
José Durán Mackliff,
Guayaquil