Aquí no acostumbramos a tomar té a las 17:00, pero si hubiera que bautizar esa hora exacta con un nombre, como en Inglaterra, le podríamos llamar “la hora de la peluquería”. En Samborondón, la mayoría de estilistas coincide que, entre las 16:00 y las 18:00 es cuando llegan la mayor cantidad de mujeres a un gabinete de belleza. Y no existe un día que no haya clientela.
Samborondón es el reino de los centros de belleza. En una sola calle (principal de Entre Ríos) se pueden contar más de diez, a veces uno junto a otro. Aunque el Municipio no tiene una cifra exacta, el número supera las 25. Algunos son: Cristy, Aries, Madeleine, Vanidades, Uñitas, Entre Ríos, José Luis, La Peluquería, Looking Good, Spa Beauty, Vanitté, Sweet Diva, New Look, Gustavo’s, Jimmy Pareja, Skandalo, Yoko, Sonia del Hierro, entre otras.
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Uñas acrílicas, de tela, alisado a lo brasileño, queratina, cortes, pestañas, maquillaje, high lights, mechones, depilado y la lista no acaba. Lo menos que se puede gastar son $8 en un corte de cabello (depende del largo) y se pueden alcanzar hasta $ 160 por tratamientos o terapias capilares en varias sesiones.
En medio de un imborrable olor a spray, entre el calor de la plancha y el sonido del secador, están las mujeres, en la peluquería, concentradas en novedades de sus urbanizaciones, en las revistas de chismes faranduleros y largas horas de espera. La belleza lo merece.
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Youth y la lucha con los mosquitos
La historia de esta peluquera y su salón de belleza data de cuando los mosquitos hacían su fiesta en Samborondón, hace más de 18 años.
Jannine Palma, de Quevedo, llegó a “la ciudad” a los 16 años, recién casada. Al no tener profesión, consiguió trabajo en la peluquería Torre Azul (en el centro de Guayaquil) y decidió estudiar estilismo. Entró en el instituto de artesanos y consiguió una beca en el centro de Schwarzkopf.
En la primera peluquería de Entre Ríos, llamada Youths (Entre Ríos, calle primera), consiguió empleo. El lugar era pequeño y la dueña decidió irse a vivir a Loja, así que, a los 16 años, le alquiló el lugar, cambió el nombre a Youth y empezó a trabajar en las cosas que aprendía. “Primero manicure, luego cortes de cabello y después me especialicé en color y diseño”, dice.
En esa época era una rareza tener un salón de belleza en el sector. “Tenía tres clientas de las únicas casas que había en Biblos, y otras de Los Lagos y La Puntilla”. La llamaban para que trabaje a domicilio, y como no tenía carro ni había bus, caminaba hasta las casas de esa urbanización, porque –por ejemplo– sus clientas que habían dado a luz querían verse bien para las visitas.
A pie también se iba a estudiar al centro cada tarde. “Iba hasta el puente, cogía el bus hacia el centro, y de regreso igual, por los caminos oscuros, llegaba pasadas las 22:00 a su departamento en la calle Primera, desde donde “podía ver el río y el puente”.
“Cerraba el local temprano porque los mosquitos no nos dejaban trabajar”, recuerda. Sus amigas no sabían dónde era Samborondón, pero sus tijeras cortaban el cabello de Andrés Gómez, Anabelle Azín y otros personajes conocidos. Tiene tantas cosas por contar que podría escribir libros. “Historias de peluquerías –dice– “de romances, hijos, política...”.
EL CRECIMIENTO
Hace tres años se cambió a la casa de enfrente, en donde el salón creció. Es amplio, muy iluminado y decorado con color verde.
Ayer estaba prevista la entrega de su nueva casa en el km 8,5. “Quiero tener un poco de tiempo, abrir la peluquería a las 10, y no tan temprano como ahora”, dice.
Sus clientas seguramente no dejarán que eso sea posible. Tiene cuatro “que vienen tres veces por semana. La secretaria de un ministro, la gerenta de un banco, una jueza y una abogada, todas supermadrugadoras”.
Sus clientes son fieles, a pesar del auge de los salones en la zona. Un chico al que le corto el cabello desde los 10. “Hace una semana vino y me dijo que le haga el corte gratis porque era el cumpleaños 29, yo le dije que me pague el doble, por conocerlo desde que no se quería sentar en la silla”, indica.
También es profesora. Antes trabajaba en el Movimiento de Vida Cristiana y hace un año da clases de peluquería en la fundación Jacarandá, del colegio Delta.
Janinne recibe el apoyo de su esposo Lenin García, quien también es peluquero, sus dos hijos (de 11 y 2 años), su hermana y la hija mayor de su esposo. Tienen pensado abrir una sucursal de Youth en el km 5,5, en el centro comercial que abrirá Nelson, del Supermarket D’Nelson.
Cree que las cosas se logran con constancia, que “no todos en Pelucolandia son millonarios, como dice el presidente”. Hay otros, que con la ayuda de Dios y esforzándose hacen su día a día. Lo ha comprobado.
Resurgió entre tijeras y mechones
Es del grupo de las nuevas. El centro de belleza Gloria, ubicado en Entre Ríos, tiene seis meses de inaugurado.
Comenzó cuando le cortó el pelo a su sobrina sin experiencia y le quedó bien. Entonces aprendió el oficio. Pero su historia tiene una brecha, un accidente automovilístico. “Tenía un salón de belleza pero en 1997 casi me muero. Costillas rotas y fracturas. Tengo unas placas metálicas aquí”, cuenta mientras se toca bajo una clavícula.
En la recuperación dejó su negocio a cargo de las subalternas, pero no fue igual y lo vendieron.
Los doctores le pronosticaron invalidez. Estuvo dos años sin ejercer, “voviéndose loca”. Un día vio en un diario que buscaban estilista. Una llamada y tenía trabajo en un local de Entre Ríos.
Allí estuvo un año. Luego trabajo en el salón de belleza del Bankers Club casi una década y hace seis meses abrió su local, en la calle Principal de Entre Ríos. Llega un señor pidiendo corte de pelo, manicure, “de todo”, dice. Y Gloria empieza a mover las tijeras, con el triunfo contra el destino en ellas.
Del centro a Sambo
Vio a su mamá cortar pelo desde muy joven y cuando le tocó decidir qué hacer en su vida, supo que quería ser lo mismo: estilista.
Mónica Núñez tiene más de quince años de experiencia. Luego de estudiar montó Aries, Centro estético y Spa en el centro de Guayaquil. Hace cuatro años decidió probar suerte y poner una extensión en Entre Ríos (edificio Siena) y dejar a su hermana encargada de la matriz.
Como Mónica no va seguido allá, sus clientas la siguen hasta Entre Ríos. Loyda Cantos viaja desde el sur del puerto para depilarse aquí, porque
le encanta el trabajo de la dueña.Esther, la mamá, se educó en el colegio de artesanos y Mónica lo hizo en el centro Esperanza Ferrá Soto. Ella comenta que lo que más pide la gente es alisarse el cabello con queratina, pestañas postizas y high lights. Que si hay muchas peluquerías en Samborondón, sí -dice Mónica-, pero también hay miles de mujeres viviendo aquí, y todas quieren verse bien, así que su local siempre tiene clientela esperándola.
‘Me rebelé para estudiar estilismo’
La peluqUería Cocó, en Riocentro LOS Ceibos, está de lujo. Los colores negro y plata le dan sobriedad. Y sobriedad y buen trato es lo primero que les pide Gilda Boloña a sus empleados, más que experiencia laboral. “Mística en el trato”, prefiere llamarle ella.
Gilda siempre quiso ser peluquera, pero su papá decía que no era una profesión para ella. Estuvo casada y trabajó en un banco. Pero los números no iban con ella. Al divorciarse, en 1985, viajó a Europa a cumplir su sueño. Estudió estilismo un año en Dinamarca y París y de regreso, inauguró Cocó, frente al Policentro, local en el que trabajó diez años.
Debido a la inseguridad que empezaba a aparecer en ese sector, decidió cambiarse a Riocentro Entre Ríos, cuando supo de su creación. En este espacio lleva ya quince años junto a sus socias, su hermana Lía Boloña (encargada de las finanzas) y su hija Gigi de Medina (experta en los productos de belleza que ofrecen). Ahora tiene otro en Los Ceibos y tuvo uno en el sur, pero prefiere contar con una clientela más reducida.
“En Europa aprendí algo muy importante: ‘Si tratas bien a un cliente ganas diez’. Desde que trabajé en la Kennedy mi trabajo es personalizado. Al principio mis amigas eran mis clientas, luego el mercado se amplió a mis clientas, las transformé en mis amigas”.
“En mi peluquería no hay chismes. Todos aquí nada de lo que escuchen puede salir de sus bocas”, dice. Así es ella, un poco estricta, porque la clientela lo exige.
Nuria Espinoza lleva cuatro años en Cocó. Al principio la presión era fuerte y se quería ir. “Había mucha competencia y sentía que no servía lo que sabía, pero ella (Gilda) me dijo que no me vaya”.
Gilda les enseña a sus empleados desde cómo coger la tijera, que no es igual que tomarla para cortar un papel. “Ellos reciben capacitación todo el tiempo, algunos viajan al exterior. Además tienen contratos legales y reciben comisiones, por eso no se quieren ir y tengo empleados muy antiguos, como Magdalena Gómez, que lleva quince años”.
La dueña de Cocó dice que le pueden poner la competencia donde sea, hasta en el local de al frente, pero está segura de que su local seguirá siendo uno de los preferidos, porque aquí el cliente es rey, siempre tiene la razón.
La estilista economista
María Auxiliadora Zea de Rumbea se graduó de economista, madre y ama de casa. No se le pasó nunca el estilismo por la cabeza, pero cuando sus hijos (tiene 3) dejaron de ser niños, pensó que con una peluquería podría manejar bien su tiempo.
De eso han pasado casi 13 años. El primer local de Looking Good quedaba al lado de Pan Dorado en Entre Ríos. En el 2000 se cambió al centro comercial Bocca. Con ella trabajan 10 personas, entre estas Angelita, que está allí desde los primeros días, y ha sido la maestra de las demás, incluida la jefa.
Para estar a cargo del negocio estudio peluquería y cosmetología en Mariana Vivero y Esperanza Ferrá Soto, respectivamente.
“Lo que caracteriza a esta peluquería es que somos todos como una familia. Tenemos clientes muy antiguas, del primer local”, explica María Auxiliadora.
Tienen tanta confianza, que en ocasiones las clientas a veces le piden prestado dinero para la propinas de las estilistas. “Hace unos meses vinieron dos gringuitas y les resultó tan barato todo que nos dieron propina de $ 30 a cada persona que trabajó con ellas”, cuenta acerca de los precios bajos que se manejan en Ecuador.
Para culminar su proyecto, adecuará un espacio para hombres y niños, porque a muchos no les gusta sentarse en medio de tantas mujeres, además de las nuevas salas de spa, que están casi listas.
Un oficio sin querer
Quería ser marino, pero se casó joven con la novia del colegio y en la Base Naval no aceptan novatos casados. Entonces, Ángel David consiguió trabajo como “muchacho” en una peluquería, en donde le aconsejaron aprender el oficio para ganar más dinero para su familia.
De eso han pasado 24 años. Trabajó 13 en la peluquería Lucas y 7 más en Ángel Peluquería. “Pero muchos de los clientes de Urdesa (ahí quedan ambas) se vinieron a Samborondón y decidí independizarme con este local (Entre Ríos, calle Primera)”.
Como es la única peluquería de hombres en la zona, recibe la visita de personajes conocidos, como el alcalde José Yúnez, su hijo y el procurador del Estado, Diego García. Lo llaman al celular y cuadran una cita. “Lo que buscan aquí no es un lugar bonito, es la calidad del peluquero. Y yo descubrí que era bueno en algo que no hubiera imaginado nunca”.