Para fines de la década del setenta la natación ecuatoriana había alcanzado lo que considero fue ‘la era espacial’ en su desempeño. Teníamos dos campeonatos Sudamericanos Absolutos de varones (el de Lima 1938 y Guayaquil 1978), medallas de oro sudamericanas tanto en damas como en varones, y en saltos ornamentales. También preseas doradas en Juegos Panamericanos y clasificaciones a finales de Juegos Olímpicos y de campeonatos mundiales.

Todo eso sirvió de pauta para cuando Ecuador solicitó ser organizador del IV Campeonato Mundial de Natación y se le concediera la sede a Guayaquil, previo cumplimiento de los requisitos que exigía la Federación Internacional de ese deportes (FINA). Esto conllevó a que la ciudad diera un vuelco en cuanto a su imagen. El gobierno nacional del presidente recién electo, Jaime Roldós Aguilera, asignó los fondos necesarios para el magno certamen, e inmediatamente comenzó la construcción de piscinas olímpicas de 50 metros, ubicadas estratégicamente en diferentes puntos de la ciudad.

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La remodelación de las piletas ya existentes y la construcción de un edificio de varias plantas, multifuncional, que servía de sede del Comité Organizador, poseía salones de recepción, de prensa, oficinas de la Federación Ecuatoriana de Natación (FENA), espacio para salas de proyección, gimnasios, y todo lo que una federación nacional necesitaba para el desarrollo de las cuatro disciplinas que conformaban la FINA en ese entonces: natación, waterpolo, clavados y nado sincronizado, todas ellas en damas y varones con excepción de la última modalidad.

El presidente de la FINA de en ese entonces, el yugoslavo Ante Lambasa, junto con su equipo de trabajo, venían constantemente para ver el progreso tanto de escenarios como de la organización, y para cuando la inauguración del Mundial de natación de 1982 se dio majestuosamente en el estadio Modelo, durante los días que duró el torneo Ecuador fue el centro de atención de la prensa internacional deportiva.

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El estadounidense Greg Louganis, en saltos ornamentales; el germano Michael Gross y las llamadas Valquirias alemanas (entre ellas Petra Schneider), el brasileño Ricardo Prado, el soviético Vladimir Salnikov, entre otros, dominaron en las pruebas de natación. Tracie Ruiz destacó en nado sincronizado.

Pero como todo gran evento el Mundial de Guayaquil llegó a su fin. Los equipos partieron, los dirigentes internacionales también. Vendrían entonces los ajustes de cuenta: se había gastado más de lo asignado por el gobierno nacional y quedó una deuda de $ 60.000 con la FINA por los derechos de la organización del certamen que debían pagarse. Sin embargo, no se dio porque el gobierno de ese entonces consideró que a la natación se le había dado ya demasiado dinero y no se le daría un centavo más.

A los pocos meses de haber terminado el Mundial, Ecuador recibió la sanción. La natación ecuatoriana fue vetada para participaciones internacionales de sus equipos. Quienes comieron y brindaron en las recepciones que se daban casi a diario, a través de las diferentes dignidades, tanto de la provincia, ciudad y Comité Organizador, no les importaron las atenciones que directivos internacionales recibieron. Solo les interesó el vil metal.

Los nadadores, meses más tarde se retiraron frustrados por no poder competir como consecuencia de la sanción. Los directivos nacionales hacían gestiones ante el gobierno para conseguir el dinero y para cuando esto se dio ya era muy tarde. Habían transcurrido tres estériles años, lo que llevó a la desaparición, casi total de una generación de nadadores. Este castigo se lo puede considerar como un daño colateral del que todavía no nos podemos recuperar totalmente.