Álex Aguinaga pisó suelo mexicano en 1989. Los pequeños ojos del ecuatoriano se abrían ante un mundo que desde su país se observaba muy lejano. Dejó con cuidado su maleta y esperó a la gente de Televisa, ese consorcio monopolizador del balompié azteca que le había hecho la gran promesa de ponerlo en las Águilas del América.