Hola papito, leí la carta que enviaste al Presidente de la República, no pude evitar que se me salieran unas lágrimas (aquí es prohibido estar triste), entendí tu dolor e impotencia y sentí deseos de bajar, abrazarte, y decirte que, por favor, no sufras; que los amo todos los días más que el día anterior, exactamente como lo haces tú y mi madre (pero también eso es prohibido), pues en el cielo también hay normas y debo cumplirlas.
Y ante esa imposibilidad, te escribo esta carta para pedirte que cuides a mi madre, que le digas que todas las noches recibo su bendición y que nunca dejo de cuidar su sueño; que sus visitas permanentes al cementerio son muy agradables, pero que preferiría que converse conmigo en la iglesia o en cualquier parte, que yo siempre estoy con ella adonde vaya, que nunca la abandono ni un solo minuto.
Y tú, mi viejo, te agradezco la conversación de la mañana y la de la noche, me gusta enterarme de todo (aunque te cuento que ya lo sé), sin embargo, nunca dejes de conversar conmigo, al igual que la conversación de mi mami, me hace mucho bien y me da mucha tranquilidad; y no creas que no les contesto, lo hago a través de cientos de personas que te escriben, de las autoridades que te abren sus puertas y que se unen a tu lucha para buscar que los jóvenes de mi país puedan vivir en paz y con seguridad.
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Por favor, dile al señor Presidente de la República que no me ha decepcionado, que al retomar el liderazgo del combate a la delincuencia, le hace un inmejorable bien al país, que no se olvide nunca que se debe legislar para proteger a la gente buena; y dile, por favor, que le recuerde a la gente de la Asamblea que las víctimas son los miles de niños violados, los cientos o miles de hombres y mujeres que se quedaron paralíticos o cuadrapléjicos, y los padres como ustedes que sufren el dolor de perder a un hijo..., mientras de cárceles salen los criminales y delincuentes a repetir sus fechorías.
Déjame que te agradezca porque me permitiste que te haga feliz; solo di lo que recibí de ti y mi madre desde el primer día que nací, total entrega e insuperable amor.
Chao papito, recuerda que te amo mucho, que estoy todo el tiempo a tu lado en esta lucha y que vamos a conseguir paz y seguridad para nuestro pueblo.
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Dale un beso y un abrazo muy fuerte a mi mamá.
Dales un abrazo de mi parte a todos, diles que los quiero y que mi deseo es que en el año nuevo hagan lo que siempre hacen, ser la familia más unida.
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Junto al árbol te dejé el regalo, mi corazón; dale a mi madre la mitad. Los quiero.
(P.D: Te cuento que todos los días recibo mínimo, cuatro ecuatorianos en presentarlos; todos son buenos tipos)”.
Vicente Sarmiento,
doctor, Guayaquil