El filósofo alemán Arthur Schopenhauer expresó hace más de 150 años que: “La personalidad del hombre determina por anticipado la medida de su posible fortuna”. Esto es así porque el dinero no es una cuestión aséptica, que se pueda abordar en situación de laboratorio, sino que, por el contrario, genera intensas emociones y reacciones en las personas.
Para algunos es fuente de seguridad; para otros, de libertad; para muchos es la medida de su autoestima y para otros tantos, causa de ansiedad o dependencia. Esto es así porque cada uno de nosotros posee una personalidad y un temperamento diferentes, que dan una impronta especial a nuestros actos. Tímidos, expansivos, comunicativos, retraídos, explosivos, medrosos, alertas, aventureros, vamos por la vida con nuestros defectos y virtudes tratando de sacar provecho de unas e intentando disimular o modificar los otros.
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Sin embargo, en la mayoría de los casos las personas no suelen tener en cuenta estos rasgos a la hora de analizar sus finanzas. Por extraño que parezca, en general no se detienen a sopesar cuánto ha influido su personalidad en los resultados financieros que obtienen o han obtenido, ni mucho menos a pensar cómo podrían modificar sus actitudes negativas y explotar al máximo las positivas para que redunden en beneficio de su economía.
Algo que, sin duda, les permitiría avanzar con mayor solidez en la búsqueda de sus objetivos. A grandes rasgos, los tipos extremos para las tres dimensiones de la riqueza (adquisición, uso y administración serían:
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Respecto a la adquisición la “Personalidad esquiva” se opone a la “personalidad insaciable”: en el primer caso, el esquivo piensa que el dinero es la raíz de todos los males. En el otro extremo, está el insaciable, que sería aquel que, en el extremo máximo, rompería cualquier ley y torcería las reglas para ganar más y más.
Respecto al uso, la “personalidad miserable” se opone a la “personalidad derrochadora. En el extremo izquierdo está el miserable que vive muy por debajo de sus posibilidades y se priva de cualquier placer con el solo objetivo de atesorar. En el otro extremo se encuentra el despilfarrador, que es un gastador compulsivo.
Respecto de la administración. La “personalidad gerencial” se opone a la “personalidad caótica”. En uno de los extremos está el obsesivo compulsivo que gerencia y administra hasta el último centavo e intenta obtener rentabilidad hasta en lo más mínimo. En el otro se halla la persona caótica que es extremadamente desordenada y posterga pagar las cuentas hasta que queda quebrada o no destina nada de tiempo a analizar sus inversiones.
De seguro, usted no se ha reconocido estrictamente con ninguno de los tipos antes descritos. Esto sucede porque la mayoría de nosotros tendemos a ubicarnos en el medio de la regla. Sin embargo, con certeza de algunos ejemplos algo le ha resonado en su interior. Esto también es así, porque siempre, aunque nos cueste admitirlo, estamos un poco más inclinados hacia un extremo que hacia el otro. Y allí, en nuestras carencias y en nuestras fortalezas es donde debemos trabajar para acercarnos cada vez más al justo medio.
Sería bueno que usted realice algún test de identidad de la riqueza (1) para evaluar en cuáles de los factores de los que se relacionan con el dinero posee “fortalezas”, que debe alentar, en cuáles está “equilibrado” y en cuáles tiene una “debilidad” que debe resolver.
Los factores a evaluar serían: a) autoestima y seguridad personal; b) confianza en las relaciones personales; c) administración y legado; d) estilo de vida y e) conciencia financiera. Después de todo, “…la vida es una moneda, quien la rebusca la tiene, ojo, que hablo de monedas y no de gruesos billetes…”.
Nota (1): Se puede ver un Test de Identidad de la riqueza en: ‘Ser rico es posible: cómo administrar el dinero en tiempos de crisis’, por Marcelo Elbaum, editorial Planeta