Alfonso Reece D.
Mi cultura televisiva es escasa. Me limito a ver los noticieros de Teleamazonas y/o Ecuavisa entre siete y ocho de la mañana. En realidad, solo doy miradas ocasionales al televisor mientras desayuno y leo los periódicos, o simplemente lo escucho cuando la licuadora o el horno de microondas no tapan su sonido. Esta dieta tan magra no me hace sentir ni superior, ni inferior, a nadie. Me alegra no estar expuesto a los enlaces y cadenas gubernamentales, aunque lamento unas pocas pérdidas, entre las cuales está no ver esa soberbia serie animada americana Los Simpson. Pero, pocas veces al año, coincide que paso por alguna parte y hay un televisor sintonizado en ese programa, entonces hago lo posible por disfrutar del episodio. Me gusta su humor irreverente, corrosivo y desenfadado. La capacidad de hacer reír, que ¡ay! no poseo, es muestra de inteligencia, de sabiduría y de humildad. Vislumbro esas calidades en Matt Groening, el creador de Los Simpson, y su equipo.

La semana pasada Luca M. Possati, en L'Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano, publicó un artículo en el que se sostenía que, aunque han tratado de ocultarlo, Homero y Barth (Bartholomew, Bartolomé en español) Simpson son católicos. La nota está basada en el estudio titulado ‘Los Simpson y la religió’ del padre Francesco Occhetta, de la muy sería revista jesuitica La Civiltà Católica. No se está hablando estrictamente de la historia de la serie, sino que los autores se refieren al hecho de que Los Simpson es uno de los pocos programas en los que se tocan con frecuencia temas como Dios, la fe y la religión. Los personajes rezan antes de comer y, a su modo, creen en la vida eterna. Se ha oído exclamar a Homero Simpson que “el catolicismo es mítico” y otras barbaridades, pero se advierte que esta caricatura supera la distinción simplona entre bien y mal, propia de dibujos animados como los de Disney, por ejemplo. Y hay más allí, esta simpática familia de historieta puede ser “disfuncional” (¿qué cosa será eso?) pero es unida, prevalece gracias a los buenos sentimientos de sus personajes llenos de defectos. Y supongo que han notado que cada episodio está basado en un tema ético, que aborda por cierto con “surrealismo, sátira pungente y sarcasmo”, pero jamás atentando contra valores universales. Se tiene el enorme talento de salvar la ética burlándose de convenciones, prejuicios y buenas costumbres.

Las opiniones llenas de tolerancia y sapiencia en las mencionadas publicaciones eclesiásticas no pueden dejar de recordarnos que el año pasado, en nuestro país, el Conartel prohibió transmitir Los Simpson en horario para niños. Es verdad que recularon cuando se dieron cuenta de que se habían convertido en un hazmerreír a nivel internacional, pero dejaron en evidencia ciertas “virtudes revolucionarias”: el odio visceral a lo norteamericano, el nulo sentido del humor, la intolerancia y la fe en la censura como remedio a los “males de la sociedad”.