Simón Pachano
Él no sabe que la guerra terminó. No sabe o no quiere saber que el Muro cayó hace mucho tiempo y que solo quedaron los escombros de la Guerra Fría. Él no sabe ni quiere saber que los suyos fueron derrotados. No quiere ni oír sobre esas cosas. Sabe –y lo sabe perfectamente– que si pusiera oídos a esas palabras podría caer en el pesimismo de los otros. No puede darse el lujo de ser indiferente, porque eso le llevaría al mismo derrotismo que invade a los demás.
No puede seguir ese camino porque únicamente conduce al diálogo y de ahí directamente al pacto con los enemigos. Entonces, aunque están en sus mismas filas y le siguen con los ojos cerrados, él ve con desprecio a todos quienes dependen de él y solamente de él. Él está allí para salvarles, y ninguno de ellos tiene la autoridad moral –y la mayoría ni siquiera la sinceridad, menos la valentía– para decirle que no siga, que no vaya a ese sitio, que se detenga a pensar unos instantes.
Sabe con toda certeza que tiene una misión en el mundo. Ha decidido cumplirla hasta las últimas consecuencias. Si tiene que enfrentarse a decenas, a cientos e incluso a miles de uniformados hostiles lo hará él solo, porque su destino está trazado. Como en las tragedias griegas, la suerte está echada, lo único que hace falta es la voluntad para acatarla e impulsarla para que el final llegue sin distorsiones. No puede dejar en manos de los dioses lo que puede hacer con la fuerza inquebrantable de su decisión. Al fin y al cabo, lo más que puede ocurrirle es la muerte. Una verdadera insignificancia si se considera toda la responsabilidad que lleva a cuestas por designio divino. Además, ya lo dijo el filósofo mexicano, más vale muerto que perder la vida.
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Por ello, en cada una de sus acciones hay una invocación a la muerte.
Permanentemente la invita a bailar con él. Declara que tal o cual sitio es bueno para morir si es que hay una causa noble, y la suya sin duda lo es. Nada más noble que luchar y morir por unos ideales que están grabados con hierro ardiente en la puerta de la Historia (así, con mayúscula). Claro que antes de que llegue su muerte pueden producirse las de otros, muchos otros, de este lado o del enemigo, porque así lo exige el proceso. No hay términos medios. Incansablemente se repiten las escenas en que caen los malos, pero también se van acabando los suyos, especialmente los más débiles, los que insinúan que se puede hacer acuerdos con el enemigo, los que flaquean cuando más se requiere de sus fuerzas.
Al final, triunfa él solo, allí donde antes fracasaron todos.
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Se lo puede ver en la televisión cualquier sábado (en la noche, no en la mañana), porque repiten incansablemente sus películas. Se llama Rambo y está interpretado por un señor cuyo nombre, Silvestre, es sinónimo de rústico, inculto, grosero, tosco, salvaje.