Guayaquil ostentaba el justo calificativo de gran arsenal del Pacífico, nervio del comercio de la región y magnífico astillero de esa costa de América. Eso consolidó aún más su prestigio como tierra natal de importantes científicos y pensadores notables de la etapa colonial.
Tales elogios a la ciudad ratificaron el apego de los guayaquileños a la causa emancipadora, que ya hacía estragos en las colonias españolas de este continente. Aquello hizo que las autoridades realistas ejercieran mayor control en la región e incrementaran el resguardo militar de la plaza.
Formaban el contingente realista los Granaderos de Reserva, Milicias Urbanas de Guayaquil, Escuadrón Daule, Brigada de Artillería y la tripulación de las lanchas cañoneras que patrullaban el río Guayas y sectores aledaños. Esto no amedrentó a los patriotas que redoblaron esfuerzos. Total de hombres: 1.500 efectivos militares repartidos así: 1.300 peruanos y 200 guayaquileños.
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La población de la ciudad era de aproximadamente 15.000 personas. Los próceres aceleraron planes, pero con cautela. José de Antepara, José de Villamil, José Joaquín de Olmedo, León de Febres-Cordero, Rafael Ximena, Lorenzo de Garaycoa, Vicente Ramón Roca, Baltazar García y Francisco de Paula Lavayen contagiaron su entusiasmo.
Semana trascendental
Del domingo 1 al domingo 8 de octubre, hubo episodios que presagiaron el triunfo, tal la reunión del 1 de octubre en casa de José de Villamil y su esposa Ana Garaycoa, organizada como pretexto para atender el pedido de Isabelita Morlás, hija de Pedro Morlás, ministro de las Cajas Reales.
Esa noche José de Antepara con emoción bautizó como la ‘Fragua de Vulcano’ a la pequeña mesa alrededor de la cual conversaban, en recuerdo del mítico dios del fuego y de las artes que necesitan del fuego para sus obras, como la fundición de los metales. Ellos juraron fidelidad a la causa.
También fueron importantes los pedidos formulados en distintos días al coronel Jacinto Bejarano, al doctor José Joaquín de Olmedo y al coronel Rafael Ximena, para que asuman la jefatura del movimiento revolucionario.
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Merece resaltarse, asimismo, el aporte de los oficiales Gregorio Escobedo, Hilario Álvarez, Damián Nájera, Isidro Pavón, José Vargas y otros soldados de las escuadras realistas que simpatizaron con la causa patriota y la secundaron en forma ejemplar.
Hecho decisivo fue el arribo de Miguel de Letamendi, León de Febres-Cordero y Luis Urdaneta, soldados venezolanos del batallón Numancia, a quienes se les comprobó que miraban con agrado las tareas destinadas a la expulsión de los colonizadores hispanos.
El aporte oportuno de Manuel de Luzarraga y Manuel Loro jamás hay que olvidarlo, pues ellos retrasaron el zarpe de la goleta Alcance para auxiliar a los revolucionarios en caso de apremio o imprevistos relacionados con el golpe final que era inminente en esa primera semana de octubre.