Tengo a mi madre completamente invalida debido a que perdió casi el 100% de cartílago en sus rodillas. La hemos hecho atender de doctores de hospitales de Guayaquil y todos coinciden en que necesita tres implantes, uno en cada rodilla y otro en la cadera.

Solo los implantes suman aproximadamente 6.000 dólares, cifra demasiado alta para mí, que en los actuales momentos estoy tratando de recuperar unos bienes de mi propiedad, de la que se encuentra usufructuando hace años una gavilla de oportunistas que se valen de mañoserías jurídicas para alargar juicios y seguir viviendo sin mayor esfuerzo del pago del arriendo de mi propiedad.

En vista de lo difícil que me resulta que la lenta e insegura Función Judicial me devuelva mis bienes a corto tiempo para poder operar a mi madre, y viéndola deprimida sin deseos de vivir, puse la banderita blanca en la entrada de mi casa. Pasaron dos meses y nunca visitaron mi sector. Opté entonces por buscar por cielo y tierra a alguna persona de la Fundación Manuela Espejo a la que yo pudiera exponerle el caso de mi mamá. Un oficial de la Fuerza Terrestre, del cual siempre viviré agradecido, desinteresadamente me contactó con una doctora cubana de la fundación y quedaron en visitar a mi madre porque había una esperanza de que ella volviera a caminar.

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En dos días llegó a la casa una misión integrada por doctores cubanos, asistentes, un militar y una doctora ecuatoriana, quien tomó protagonismo inmediato diciendo que los médicos de los hospitales de Guayaquil donde habían chequeado a mi madre estaban equivocados y que, a su criterio, solo necesitaba terapia para poder caminar.

Luego intentó hacerla dar unos pasos y al ver que mi madre lloraba del dolor, la increpó déspotamente, dando a entender que se hacía la adolorida. Aseguró que ni siquiera cabía que el Estado pagara a una persona para que la cuide, por cuanto en seis meses de recorrido visitando a miles de personas enfermas, ella solo había autorizado eso en dos casos. Se fue llevando un informe desfavorable para mi madre y dejándonos con los corazones partidos.

Mi madre estará postrada el resto de sus días en una cama, sin ilusiones, porque no tengo ayuda social, no tengo dinero para operarla y porque la Función Judicial está al servicio del mejor postor, y yo no podré quizás nunca recuperar mis bienes que legítimamente con escrituras me pertenecen. Las buenas intenciones del Presidente y del Vicepresidente de los ecuatorianos se cortan por unos elementos que adoptan posiciones de eminencias y dificultan que la ayuda gubernamental llegue a quien realmente la necesita.

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Ricardo Ernesto Bravo Muñoz,
Guayaquil