Joaquín tiene dos días de nacido. Duerme plácidamente pese a los intentos de su madre, Isabel, por despertarlo y darle el biberón. No quiere levantarse.
A un costado de su cama, en la maternidad Mariana de Jesús, en el suburbio, Isabel observa cómo otras madres alimentan con el seno a sus hijos.
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Desde hoy hasta el 7 de agosto se celebra la Semana Mundial de la Lactancia. Durante esta se difundirán sus beneficios, pero hay madres que no pueden hacerlo por amor a sus hijos.
Isabel, de 27 años, no puede amamantar a su bebé porque se le detectó el VIH en el 2004.
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En ese entonces no sabía que tenía el virus, se enteró seis meses después del nacimiento de su primer hijo, al notar el adelgazamiento de su pareja, Andrés. “Le hicieron unos exámenes (en el Instituto de Higiene)... a los tres nos dijeron que lo teníamos”, recuerda en voz baja Isabel mientras dice que durante el embarazo no se hizo la prueba de VIH porque se la había hecho antes y “jamás dio resultado positivo”.
Ese año fallecieron Andrés y su primer bebé de neumonía.
Joaquín, a diferencia de su hermano, nació sano, pues ella ingresó el año pasado al programa de prevención vertical de esa maternidad, en el que las embarazadas reciben tratamiento antirretroviral para no contagiar a sus hijos.
Mercedes Ortiz, pediatra de la maternidad Enrique Sotomayor, señala que a través de la lactancia hay un riesgo del 30% de transmitir el virus al bebé.
De ahí que es importante, según la infectóloga pediatra del hospital de niños Francisco de Ycaza Bustamante, Greta Miño, que las futuras madres se realicen controles prenatales periódicos en los hospitales.
“Aunque se haga la prueba del VIH en el primer trimestre del embarazo y tenga un resultado negativo también debe hacerse otra en el segundo trimestre”, dice Miño, pues muchas madres se contagian con el virus en ese periodo. Ella insiste en que esa es una de las principales causas por las que no disminuyen los niños infectados, además de que muchas van a clínicas o centros de salud particulares donde no se les realiza la prueba desde el inicio.
Isabel siente nostalgia por no poder darle de lactar su hijo. “Es el momento de relación de la madre cuando está así de chiquito, me costó acostumbrarme”, expresa, mientras le da por primera vez el biberón, el que al principio Joaquín rehusó tomar pero luego de un leve pellizco en el talón por la ginecóloga de la maternidad Mariana de Jesús, Zenovia Vargas, el pequeño comenzó a succionar la leche que su madre preparó.
Esta misma situación viven otras mujeres con VIH en Guayaquil. Para Ketty, de 22 años, una de las pacientes del programa de prevención vertical de la maternidad Enrique Sotomayor, alimentar a su hijo Christian, de un mes de nacido, no es sencillo. “A veces mi familia me pregunta por qué no le doy el seno. Les digo que tengo una infección, porque ellos no saben”, relata Ketty mientras espera que atiendan a su bebé.
Clara, de 32 años, sí pudo experimentar la sensación de lactar hace 15 años con su primer hijo. Ella se esfuerza porque su voz no se quiebre mientras expresa su sentir. “Hay un vacío”, dice, al lamentar no poder alimentar a su última hija.
Lo mismo le sucedió a Jenny, de 26 años, quien tuvo su primer bebé en ese programa hace más de un año en la Mariana de Jesús. “Para mí lo más difícil fue no contestarle a las otras mamás de la sala por qué no le daba el seno a mi hija y ver de lo que yo me perdía”.
Pero no solo ellas no pueden disfrutar de la lactancia materna, también sucede en otros casos. La subdirectora técnica de la maternidad Enrique Sotomayor, Patricia Pacheco, señala que no es recomendable que lo hagan mujeres con tuberculosis activa no tratada, mujeres con laceraciones en el pecho o quienes estén bajo un tratamiento anticanceroso.
Vargas explica que algunas mujeres con tuberculosis sí pueden amamantar a sus bebés siempre y cuando estén siendo tratadas.
Otros menores que tampoco pueden beneficiarse de la lactancia materna, por lo menos durante seis meses, se recomienda hasta los dos años, son aquellos cuya madre murió poco después de haber dado a luz. Eso fue lo que sucedió con Narcisa, de 8 meses.
Su abuela María Paredes asumió su cuidado tras el fallecimiento de su madre “por un dolor en el bazo... la bebé nació de 27 semanas, el padre desapareció”, recuerda.
Como tenía bajo peso se la incluyó en el programa Canguro, de la maternidad Enrique Sotomayor. La doctora Pacheco señala que es indispensable que los menores prematuros puedan disfrutar de la leche materna. En situaciones como esta se alimenta a la bebé con la leche de una donante. Esta es la actividad a la que se dedica el Banco de Leche de la maternidad Mariana de Jesús.
Pacheco explica que en niños prematuros esta es la elección ideal porque contiene la mayor cantidad de proteínas, el doble de ácidos grasos poliinsaturados (que intervienen en el desarrollo de las células cerebrales) es de fácil digestión y da energía extra para el crecimiento al menor.
Además, previene el riesgo de infección en el intestino, una enfermedad que se puede presentar en los niños que nacieron prematuros.
Pacheco añade que también lo protege de alergias y ayuda al desarrollo cognitivo.
“Cuando el niño está en condiciones clínicas estables se lo alimenta por sonda con la leche materna, en especial con los que son muy pequeñitos (menos de 1.900 gramos) que no tienen reflejo de succión”, explica Pacheco.
Una vez que el niño alcance las 32 semanas de gestación se lo puede alimentar paulatinamente con la leche de la madre, pues ya desarrolló su reflejo succión-deglución.
Pacheco exhorta a las embarazadas que al menos se hagan siete controles prenatales, pues la prematurez se la puede evitar con una oportuna revisión.
Textuales: Experiencia
Marina
Detectada con VIH
“Esta etapa (lactancia materna) tan bonita debe ser aprovechada por las mujeres sanas que sí pueden alimentar a su bebés... que hagan lo que yo nunca pude hacer con mi hijo”.