El sábado 17 de julio del 2010, observando un programa de televisión nacional, escuché una frase que en tono irónico me llamó sobremanera la atención, relativa a lo fácil que es ser generoso con fondos públicos.
Luego de analizar el contexto histórico de la citada idea en Ecuador, y de que esta fuera convertida prácticamente en una máxima de muchos gobiernos y funcionarios públicos de todos los rangos, a través de los años (existiendo el agravante de que al país nunca le ha sobrado el dinero, sino todo lo contrario), me detuve a pensar, ¿en qué casos, en el actual Gobierno, se hubiere continuado con el patrón?; viniéndoseme a la mente dos grandes y millonarios ejemplos.
Primero, la incesante marea de bonos de todo tipo, para captar más votantes directos agradecidos, en vez de buscar mecanismos para incentivar la economía, producción y, principalmente, el empleo.
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Segundo, la imparable e inaguantable propaganda política expuesta en los medios de comunicación (al igual que la impulsada por los medios), utilizándose para ello cuantiosas sumas del presupuesto del Estado, cuando a diario observamos deficiencias por falta de inversión en la administración de justicia, seguridad, entre otras.
Dejando atrás otros muchos ejemplos de prácticas similares, resulta fácil establecer que a pesar de los muchos cambios positivos que se pudieren haber generado en el Gobierno actual, no se ha revertido la tendencia de ser generoso con fondos ajenos para los funcionarios públicos, pero no para todos los ecuatorianos; mucho peor cuando el despilfarro del dinero se ha constituido en política de Estado.
Las grandes preguntas que deben surgir necesariamente en todos nosotros es, ¿hasta cuándo el país podrá aguantar el gasto de dinero desmesurado, injustificado e ilegítimo por parte de personas que son pasajeras en sus cargos y que por lo general resultan indemnes por el delito cometido?, y ¿qué podemos hacer nosotros, el pueblo, para detener esta clase de corrupción?
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Me olvidé mencionar dos detalles importantes, el primero es que el programa en donde escuché la citada frase fue en el enlace sabatino nacional, y la segunda es que quien la dijo en tono irónico fue nada menos que el mismísimo Presidente de la República.
José Xavier Solines Zea,
abogado, Guayaquil