Pedro X.Valverde Rivera
A propósito del informe de la Comisión de la Verdad hecho público en estos días, quisiera compartir con ustedes unas cuantas reflexiones.
Cabe mencionar que no es la primera vez que en un país latinoamericano se conforma una Comisión de la Verdad para investigar hechos sucedidos en el pasado; lo que sí llama la atención es que si revisamos las comisiones integradas en los otros países, generalmente los hechos investigados se han dado bajo dictaduras militares, golpes de Estado o regímenes de excepción que han transgredido lineamientos democráticos, golpeando no únicamente a las personas físicas, sino lo más importante, la institucionalidad de estos países.
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Sumado a ello que los miembros de estas comisiones son escogidos de fuera del seno de organizaciones que generalmente se identifican con procesos revolucionarios o afines a los involucrados, para evitar que sus “corazoncitos” se inclinen en uno u otro sentido.
Una vez conformada la comisión, su labor debiera ser que los testimonios se recepten con independencia y objetividad, reuniendo todos los elementos posibles que permitan un resultado alejado de matices ideológicos y subjetividades.
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Pensando en voz alta me atrevo a decir que si queríamos la opinión de algunos ilustres ecuatorianos… ¡la hubiéramos pedido! Pero si lo que se intentó fue contar con un documento histórico que nos lleve a conclusiones verdaderas que revelen procesos violentos y atentatorios a los derechos humanos; para finalmente cerrar heridas del pasado… el famoso informe que hemos conocido en estos días, ¡definitivamente no es aquello!
Ahora, varias preguntas en voz alta: ¿Valen más los derechos del victimario que de la víctima? ¿Merecen mayor credibilidad las personas por haber sido “interrogadas a la fuerza” que aquellas que rinden su versión libremente? ¿Es procedente a estas alturas investigar hechos en los que muchos involucrados ya ni siquiera están vivos, tomando como excusa para ello solamente la declaración de la parte que los acusa? ¿No le parece, mi amigo lector, que en cualquier informe –de la naturaleza que sea– la opinión del que lo elabora es irrelevante?
Por ello no queda más que concluir que la conformación de la comisión y el informe final que ella ha redactado, han sido movidos más por un sentimiento que por una razón de peso: ¡he ahí los resultados de no saber lo que se pide! Ojo mis amigos que al llegar a conclusiones como las que tenemos ahora, ya no importa si fue un presidente o el otro, un coronel o el otro, un guerrillero o el otro. Ahora con semejante informe, el único responsable ante el mundo y la historia es el Estado ecuatoriano. Así que no nos sorprenda si comienzan a llegar las demandas en contra del Ecuador, reclamando indemnizaciones millonarias por supuestas agresiones del pasado. ¿Qué hemos hecho? ¿Hemos firmado un pagaré en blanco para que algunos presos de sus propios fantasmas nos demanden a causa de un informe hecho por nosotros mismos, sin el sustento técnico y la seriedad que el caso merecía?
No tenemos plata para escuelas, ni para salud, ni para pagar la deuda externa… ahora habrá que ver de dónde sacamos para pagar indemnizaciones generadas por la irresponsabilidad y el estómago de algunos. ¿Realmente necesitábamos más leña para ese fuego?