Para el pueblo argentino, la causa de la independencia americana era el más caro anhelo, por ser justo y necesario el plan libertario por el que lucharían hasta la muerte.

Gracias a las decisiones y firme carácter del general José de San Martín y de los criollos que se mantenían unidos, se aseguraba su intención de independencia y unidad continental, que inspiraba su conducta política y militar, analizadas profundamente en los contenidos americanos del Congreso Tucumán. Los luchadores y leales patriotas se unieron también al general José de San Martín, ofreciendo todos sus sacrificios en bien de la libertad y la patria. No faltaron problemas, incomprensiones, egoísmos, que parecían difíciles de arreglar; pero fueron superados gracias a Dios, a los esfuerzos increíbles de los soldados, y a las enseñanzas patrióticas, morales y cívicas que recibieron del general José de San Martín.

En esos momentos de increíbles luchas que afrontaban valientemente, les llegó la grata noticia de que los poblados de Chuquisaca y La Paz se habían sublevado contra el virrey en el Alto Perú; un nuevo virrey llegado de España, Baltazar Hidalgo, intentó por entonces resistir frente a la marea de la opinión cada vez más unánime, que lo obligó a convocar un Cabildo abierto; tomándose la resolución de crear una Junta de Gobierno Provisional, encargándose de gobernar en nombre de Fernando VII, mientras estuviera imposibilitado de hacerlo por su exilio.

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El 25 de mayo de 1810 se formó la Primera Junta elegida por el Cabildo abierto, que el pueblo había exigido y presidido. La revolución argentina permitió que el instinto emancipador de los argentinos se convierta en una libertad viva, leal y eterna, como también en todo los poblados de Argentina. San Martín afianzó los destinos de esta revolución al hacerla comunal, luego constitucional y más tarde americana. Salvó los límites de su inmenso esfuerzo reconquistando a Chile y libertó al Perú; cooperó eficazmente a la guerra en Quito, capital de nuestra patria. En el continente americano viven latentes la gratitud y los profundos sentimientos de afecto hacia el Santo de la Espada, José de San Martín.

Lidia de Abad Valenzuela,
Guayaquil