EFE
MARSELLA, Francia.- El Olympique de Marsella se proclamó ayer matemáticamente campeón de Francia casi dos décadas después de su último triunfo, lo que reverdece los laureles del club francés de moda de principios de los 90 caído en desgracia desde entonces.
A falta de tan sólo dos jornadas para la conclusión liguera, el Olympique Marsella lidera el campeonato con 75 puntos, ocho más que el Lille y el Auxerre (ambos en la segunda plaza) y diez sobre el Olympique Lyon, que cuenta con un partido menos.
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De la mano de Didier Deschamps, el club del sureste francés, el más amado del país, volvió al primer escalón de la liga y anunció su intención de iniciar un periodo de dominio en el fútbol galo.
El Marsella tomó el testigo abandonado por un Girondins de Burdeos que dominó el "championat" un año y medio, lo que le llegó para ganar un título liguero y dominar el de esta temporada hasta que su caída en picado le alejó de la lucha por el segundo.
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El título, el noveno de su historia marsellesa, llega al final de una temporada irregular, de menos a más, que empezó floja y dubitativa y está acabando apoteósica, con quince partidos ligueros sin conocer la derrota, incluida una serie de ocho triunfos consecutivos.
Con esos números, el Marsella se ha ganado por derecho propio el mérito de ser considerado el mejor equipo de Francia.
El triunfo tiene mucho que ver con la llegada de un técnico ganador, que se formó en el Mónaco, al que llevó a la final de la Liga de Campeones, y se fogueó en el Juventus de Turín, con quien consiguió el ascenso tras haber sido descendido por sus escándalos de corrupción.
En cierta medida, Deschamps ha vuelto a hacer lo mismo, colocar en lo más alto a un club que cayó en desgracia primero en los tribunales y luego en los estadios.
Porque si el último título liguero marsellés que figura en su palmarés data de 1992, la última celebración de sus seguidores es del año siguiente.
Aquel campeonato, el de 1993, figura como "no atribuido" porque después de que lo ganara el Marsella, los jueces se lo arrebataron al quedar demostrado que su sulfuroso presidente de entonces, Bernard Tapie, había comprado partidos.
Aquella época, que culminó con la victoria en la Copa de Europa de 1993 gracias a un tanto de Basile Boli, marcó el mayor esplendor del club de la Costa Azul, pero también fue el principio de su fin, porque detrás de tanto brillo aparecieron prácticas irregulares.
Desde entonces, el Marsella no ha logrado quitarse ese estigma y la sucesión de adinerados propietarios no han devuelto al club la gloria que tuvo con Tapie.
En los últimos años el club fue una máquina de desperdiciar los millones que invertía el multimillonario Robert Louis-Dreyfus que, sin embargo, falleció el año pasado sin ver a su club en lo más alto del escalón.
Serán sus herederos los que recojan el fruto de todos sus sudores al frente de la entidad, que mantuvo la política de una fuerte inversión al principio de la temporada pero la combinó con una búsqueda de la estabilidad que le había faltado al club.