Pedro X.Valverde Rivera
El miércoles por la noche me enteré de que el Movimiento Lex había ganado las elecciones para la Asociación de Estudiantes de la Escuela de Derecho de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil.

En realidad, para quienes formamos parte algún día de ese movimiento estudiantil universitario, es motivo de singular alegría saber que Lex se remoza generaciones tras generaciones.

Pero en los actuales momentos, saber que Lex ha ganado las elecciones con una inusual y abrumadora mayoría, desplazando al lado oscuro de la fuerza del control de la representación universitaria en esos corredores, es realmente reconfortante.

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Para ser franco, hace mucho tiempo que no voy por mi querida escuela de Derecho.

Sin embargo, a diferencia de otros (que prefiero no mencionar para no agriar su desayuno, amigo lector) yo solamente tengo gratos recuerdos y profundo agradecimiento para con la institución universitaria que guió mi formación académica.

Ese recuerdo va más allá de los buenos profesores, de los amigos y colegas que allí conocí, de las malas noches de estudio, de las fiestas y de la rigidez de los horarios de clase; cuando pienso en mi vida universitaria, indiscutiblemente encuentro a Lex que retumba en mi mente y en mi corazón.

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Porque al momento de las campañas para las elecciones estudiantiles en la escuela de Derecho, la historia siempre se repetía: todos contra Lex.

Hombre y mujeres, aniñados y cholos, blancos, negros, aplicados y vagos, de derecha y de izquierda, todos se juntaban para derrotar a Lex.

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Lo cierto es que en seis años de vida universitaria, mi generación tuvo el privilegio de celebrar cinco victorias lexistas; un grotesco fraude nos impidió celebrar una vez más.

Nuestros eternos rivales: hoy adeptos a la revolución ciudadana en su mayoría.

Pueblo chico, infierno grande, dicen por allí; y aunque Guayaquil dejó de ser un pueblo hace rato, para los efectos de esta nota, la ciudad es un pañuelo; casi todos nos conocemos; todo se sabe, tarde o temprano.

Y desde hace algún tiempo se rumora que existirían personajes lamentables en lo académico y moral, que desde fuera habrían metido sus tentáculos para influir en las elecciones estudiantiles de la escuela y utilizar la representación para rendir honores a políticos de turno.

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Prueba de ello, dice la leyenda, habría sido el lamentable incidente ocurrido a propósito de la cadena sabatina del Presidente en esa institución universitaria hace algún tiempo, que terminó con el maltrato y agresión (por parte de las fuerzas del orden) a estudiantes que manifestaron su descontento con el Gobierno, y el inicio meteórico de procesos penales contra algunos de ellos.

Verdad o mentira, lo cierto es que contra todos, como siempre, Lex ha vuelto a ganar.

En estos tiempos del gran descontento nacional con el gobierno de la revolución ciudadana, liderado por la siempre altiva y libérrima Guayaquil, el triunfo de Lex es una manifestación de la juventud estudiantil de la escuela de derecho de la Universidad Católica de Guayaquil, que antepone su dignidad y lucidez a los favores que propone la cercanía al poder, cualquiera que sea este último. Es una muestra a escala de que el poder total tarde o temprano colapsa y la libertad y la verdad se imponen al final.

¡Lex, Lex, viva Lex!